Es verdad que mucha gente se cree inteligente. Inteligentísimos, diría, porque experimentan que sus vidas se llenan de éxitos, sabiduría y aciertos. Miden la felicidad que disfrutan por la cantidad de éxitos, aciertos y privilegios que el mundo, rendido a sus pies, le ofrece. Hay muchos ejemplos: deportivos, económicos, políticos, artísticos, religiosos...
Sin embargo, también todos sabemos, por pura experiencia, que ese recorrido, ganado con esfuerzo y dedicación, tiene un recorrido breve. Todo lo ganado aquí abajo se queda aquí abajo. Y se destruye y corrompe. Las fortunas tienen su tiempo medido en relación a su caducidad. Todos intuimos que este mundo ha de tener un final. De la misma manera que ha tenido un principio. La vida, sabemos, que es corta y que, de la misma manera que empieza, acaba. Nacemos, crecemos y viejos, morimos.
Por lo tanto, la verdadera inteligencia está en mantener nuestra mirada, no sometida y cabizbaja en las cosas de este mundo - Dice el Papa Francisco que su abuela le decía que nunca había visto un coche de mudanza detrás de un coche fúnebre - porque es perder el tiempo, sino levantarla para mirar hacia la Eternidad y aspirar a ella. Porque es ahí dónde está el verdadero Tesoro.
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