¡Era, mi época!, una época, valga la redundancia, encantadora, donde, a pesar de que no había luz todo el día – usábamos el quinqué a partir de ciertas horas de la noche – tampoco había teléfono en las casas. Pero, sí en algunos comercios o lugares públicos.
La vida transcurría más despacio y más tranquila. Los cambios iban más lentos y, por aquel entonces pensabas que la vida iba a ser siempre igual o muy parecida. Tus planes estaban pensados para siempre y no pensabas cambiar casi nada. Era la época de trabajo seguro y donde empezabas y terminabas casi toda tu vida laboral,
¿Sobre la libertad? Posiblemente, se hablaba poco, o poco tú oías. Seguramente estaba prohibido, pero, tú podías aspirar a realizarte, a pensar como querías, a tener una familia, hijos, casa, trabajo y vivir en paz. ¿No es eso a lo que realmente se aspira? ¿En qué se diferencia las juventudes de hoy de las de ayer? ¿No buscan y quieren lo mismo? Tú sales a la calle y la gente en general pide salud, trabajo y paz. ¡En realidad, queremos lo mismo! Luego, a pesar de que ha habido muchos cambios, lo sustancial sigue siendo el centro y la esencia del ser humano: felicidad, que se compone de paz, salud y trabajo, dentro de un orden celular que es la familia: Célula de la sociedad.
Los tiempos cambian y evolucionan, pero, lo esencial, los valores permanecen inmutables. La paz, la salud y el trabajo siguen siendo igual en el siglo I que en el XXI. Y sin familia los pueblos desaparecen.
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