Se levantó temprano. Eran, aproximadamente las siete de la mañana, fue directo al baño y tomó una ducha. Sobre las ocho rezaba el santo Rosario junto a su esposa. El tiempo estaba controlado y. le sobraba para llegar con tiempo a la santa Misa que se celebraba sobre las nueve de la mañana.
Todo salía bien, aunque no iba a sobrar mucho tiempo. El aparcar el coche era una apuesta que dependía de la hora. Sin embargo, Emilio pensaba que no tendría problema.
Bien, transcurrido el tiempo, terminado el rezo del santo rosario y sin tiempo para publicar las reflexiones del día, Emilio salió disparado para la celebración Eucarística. El tiempo se había comprimido aunque si encontraba aparcamiento todo iría bien.
Pero, no fue así. Sorprendentemente el aparcamiento estaba - también a esa hora - lleno. Así que, sin tiempo para pensar, se dirigió al aparcamiento de pago. No había tiempo que perder. Aparcó su coche y, rápidamente caminó diligente para la Iglesia. Tenía todavía tiempo para llegar unos minutos antes.
Por el camino, miró su reloj y se dijo: - tengo unos minutos adelantado, así que llegaré a tiempo -. Y, efectivamente, llegó a tiempo. Se dirigió al altar, todavía estaba el sacerdote ultimando los últimos preparativos, y dejó su nota con el nombre de los difuntos familiares. Era el día de los difuntos y la misa era celebrada por y para ellos.
Colocando sus papeles en el cesto - delante del altar - el sacerdote le dijo: -¿lees tú la monición de entrada?
.Sí - respondí -. Y, saliendo el sacerdote a celebrar la misa, leí la monición que reflexionaba sobre los difuntos. Me senté y participé en la santa Misa.
Al terminar me fuí a desayunar - café con leche y churros -. Luego, de vuelta a recoger el coche, dialogué unos momentos con una compañera que también había participado en la santa Misa.
De repente, noté que las llaves de mi casa y otras que tenía en el mismo llavero no estaban en mi bolsillo.
-¡Dios mío! -me dije -. ¿Se me habrán caído en la cafetería? Sin decir nada me despedí de la compañera y me dirigí a la cafetería. Pregunté y miré por donde había estado y no encontré nada. Crecía la preocupación en mí.
Llamé a mi mujer y le comenté si me había dejado las llaves en casa. Era una muy remota posibilidad, pues tenía conciencia de que las había metido en el bolsillo. Y esa fue la respuesta de mi mujer. La puerta estaba cerrada, por tanto, las llaves las tenía que tener yo.
El mundo se me vino abajo. El último reducto era que se me hubiese caído en el coche. Hacía allí me dirgí. Iba preocupado y pidiéndole al Señor calma y serenidad. No era tampoco una tragedia, simplemente unas molestias y contrariedades.
Llegué al coche y, encedí la linterna del móvil por la puerta del conductor y: ¡Ah!, ¡Alabado sea el Señor! Las llaves de la casa y las otras estaban allí, en el suelo. Tal y como se me había caído al salir del coche deprisa.
Ahora, la pregunta que se despierta en mi corazón es la siguiente: .Y si no las hubiese encontrado, ¿qué pasaría? ¿Alabaría también al Señor con la misma gratitud y entusiasmo, o mi fe se resquebrajaría?
La moraleja es que, mi fe ha experimentado que Jesús no ha venido a quitarme mis cruces, sino a ayudarme a cargarlas y soportarlas con amor, tal y como Él hizo y nos ha enseñado. Y, para eso debe estar preparado, con y por amor. E injertado en Él.
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