La proximidad no es signo de unidad. Sabemos que hay muchas familias que, a pesar de vivir juntos y haber pasado una etapa larga de sus vidas bajo el mismo techo, no llegan a conocerse profundamente ni a saber sus pensamientos e ideales. También, la experiencia nos lo demuestra, muchos matrimonios viven largos años juntos y apenas se conocen. Estar juntos no significa estar unidos y sincronizados de corazón a corazón.
Cuando las vidas están unidas se nota y se descubren que tus pensamientos, tus ideales, tus sufrimientos, tus anhelos, tus esperanzas...etc, son también mis pensamientos, mis ideales, mis sufrimientos, mis anhelos, mis esperanzas...etc. Se experimenta que cuando siento, tú también sientes. Lo descubrimos en la relación padres e hijos, tanto en el aspecto positivo del que ahora reflexionamos, como en el negativo cuando no hay relación profunda sino que se queda en la superficie.
De cualquier forma nuestra sintonía no es fácil y siempre hay lagunas que nos separan o que no llegamos a descubrir los unos de los otros. Sin embargo, cuando invitamos a Dios a nuestra relación, ya sea conyugal, familiar, fraternal, de grupo o comunidad, se hace presente la fuerza del Espíritu Santo y nos sentimos y experimentamos más unidos, sin barreras o muros que proyecten oscuridades en nuestro convivir.
Por eso, pidamos al Espíritu Santo que nos auxilie y nos impulse a la unidad. Una unidad que, respetando la idiosincrasia y personalidad individual de cada uno, sepamos estar unidos fraternalmente en el respeto, justicia, verdad, amor y paz como Dios quiere. Es decir, que nos esforcemos en amarnos como Él nos ama.
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