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domingo, 5 de febrero de 2023

LA TERTULIA (continuación)

 

            ¡Bueno, creo que hoy hemos hablado bastante y, supongo que habrás conocido un poco más al Señor! Tenemos toda la vida para irlo conociendo. Él se nos da y revela si se lo pedimos y, por supuesto, nos conviene. Está, pero no te molestará si tú no le buscas y le preguntas. Ese hablar y preguntarle lo llamamos los cristianos, oración. Al menos yo lo entiendo así. Ahora es tiempo de hablar con Él y, también de hacerle y hacernos preguntas. ¿Te parece, Pedro?

          ¡Ah, y una matización! El tiempo hay que aprovecharlo, porque no conocemos el día ni la hora.

          Ambos amigos se levantaron y despidiéndose tomaron sus respectivos caminos hacia sus casas. El día había sido muy desafiante y el reto estaba sobre la mesa. Había que seguir la lucha y tomar el reto o no. Esa era la nueva cuestión, porque, de ella se desprenderían otras que ya estaban en el ambiente.

          Se habían prometido seguir la conversación en otro momento. No cabe duda de que dentro de sus corazones se reflejaba una cierta esperanza y un cierto sentido a sus vidas. Experimentaban paz, alegría y sosiego. Se sentían llenos de serenidad y gozo. Sí, el panorama no parecía fácil ni bueno. Se presentaban grandes batallas y oscuridades, pero, en lo más profundo de sus corazones se encendía una tenue luz que prometía paz y esperanza de un mundo mejor.

          Había acabado una nueva jornada. Ahora vendría la tarde, y tras ella, la noche y con la oscuridad empezaría a morir un nuevo día para nacer otro. Cada día trae sus afanes y luchas. Sus esperanzas y alegrías, pero también sus sufrimientos y desilusiones. Pero, saber que en todos esos momentos, sean del color que sean, no estás solo, te reconforta y te llena de paz y esperanza, pero, sobre todo, que quién te acompaña te aporta la única y verdadera solución. Sí, quizás no la veas o no la comprendas, pero, sabes que un padre – y menos Padre Dios - nunca te deja abandonado ni en la estacada. Te ayudará a salir de ese pozo o a encajar esa tragedia.

          «¡Qué poco vale la vida! O dicho de otra forma, ¡cómo se va el tiempo sin apenas darnos cuenta! Mi experiencia, pensó Manuel, ya acomodado en su casa, me lo revela y demuestra».

          «No me he dado cuenta, reflexionaba Manuel, como me ocurrió cuando pensaba en mi madre y, en cierta medida me compadecía de ella por verla ya mayor y, quieras o no, la muerte cerca, como se me ha ido también el tiempo a mí, e incluso a mis propios hijos. Dentro de poco ellos empezarán a verse ya mayores y pensarán también como se les ha ido la vida. La muerte es una realidad tan cierta que, podríamos decir que es lo único cierto en esta vida. Sin embargo, creo que no se piensa mucho en ella, o, quizás no se quiere pensar. Y me parece una equivocación y un craso error. Y no se trata aquí de ser hipocondriaco, sino de ver la realidad».

          «¿Por qué?», me dije a mí mismo. «Porque, quieras o no; tarde o temprano, tu muerte y la mía llegará, y lo que verdaderamente importa es estar preparado. No tanto para las cosas y valores de este mundo, que para lo trascendente e importante que es y significa mi preparación espiritual pensando en la trascendencia de mi alma».

          Imbuido en estos pensamientos, y ya tumbado en la cama, Manuel cerró sus ojos y perdió la conciencia de este mundo sumiéndose en un profundo sueño en el gozo de saberse acompañado por Dios.

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