Mañana
será otro hermoso día, por la Gracia de Dios. Porque, todos los días, aunque no
nos parezcan hermoso, los son, porque son hermosas maravillas y oportunidades
para acercarnos un poco más a la Gloria de la Eternidad. Perdemos el valor de
la vida como nos ocurre con las cosas que conseguimos con tanta facilidad. Un
vaso de agua, un simple café u otras cosas, cuando nos faltan apreciamos el
gran valor que tienen.
Hacía un día esplendido y Manuel se alegró cuando a la vuelta de la esquina se encontró con su amigo Pedro.
—¡Buenos días! ―le saludó Pedro. Iba para el lugar de costumbre, le indicó. Se refería a aquella hermosa terraza del club donde se veían cada día, o casi todos los días, para mayor exactitud.
―También iba para allá, respondió
Manuel. ¡Todo bien!
—Bien también —respondió Manuel—. Pero, después de nuestra última conversación me he encontrado con una estampa que me ha hecho pensar y he visto muy de cerca nuestro destino.
—¿Qué te ocurrió?, preguntó Pedro, animado y lleno de curiosidad por escuchar lo que Manuel había visto.
—Fue a la hora de la misa de ayer y en el momento de la comunión. Regresaba a mi lugar, describió Manuel, después de comulgar, y me encontré con una persona que antes no estaba sentada delante de donde estaba yo. Sabes que ahora con esta pandemia que sufrimos nos sentamos a la distancia protocolaria y con nuestras mascarillas correspondientes.
Pues bien, al observarla me pareció que era un conocido que también suele asistir a esa misa. Sin embargo, me desconcertó su manera de comportarse. Parecía perdido y como rascándose o frotándose manos y piernas. Algo verdaderamente extraño. Y como perdido y sin conciencia de conocer. No sé, pero como síntomas de Alzheimer u otra enfermedad. Y mis sospechas se consolidaron cuando, delante, había otra persona que le acompañaba como cuidador.
¿Qué había sucedido? ¿Si era una persona que había visto la semana pasada bien? ¿Cómo puede ocurrirnos eso tan deprisa y sin avisar? Una persona de nuestra edad, Pedro. Quizás unos años más, pero de nuestro tiempo.
No se podía estar quieto. Se ponía de pie, pero se sentaba a destiempo y no seguía los tiempos de la Eucaristía. Era una persona creyente. Había hecho cursillos de cristiandad hacía bastantes años, y desde esos tiempos nos conocíamos.
—¿Y cómo terminó? —indujo Pedro.
—Después de la comunión, y a indicación de quien le cuidaba, se marcharon. Cuando lo vi caminar me di cuenta de que estaba enfermo y dependiente. Caminaba de forma extraña levantando el pie como si no supiese donde estaba el piso.
—¿Sabes, Pedro? Me ha impactado tanto que todavía no sé si realmente era él. Espero enterarme, pero esa experiencia me ha dejado muy pensativo.
—¡Pensativo! —dijo Pedro—, ¿en qué y por qué?
—¡Hombre!, me ha hecho pensar en la realidad de la vida. Ayer, después de despedirnos y al llegar a mi casa estuve reflexionando sobre cómo se nos escapa la vida y de cómo gastamos nuestro tiempo. Me dormí pensando en eso e influido por lo que te he contado.
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