En el camino de conversión hay siempre un momento de muerte, porque para crecer se hace necesario morir. La muerte da comienzo a la vida una vez se ha superado la dificultad, el apego o esclavitud que te impedía liberarte.
En ese sentido, la muerte es la liberación de lo que te encadenaba, de lo viejo, de lo caduco, de todo aquello que te reprime y te sumerge en una actitud vencida, atada, instalada, anquilosada y dominante... ¡Cuantas veces sentimos y clamamos a grito experimentarnos seres nuevos! Vivimos la experiencia de ser una persona nueva, cambiada, liberada, en una palabra, de aquello que me sometía, que no me dejaba avanzar.
En otras muchas ocasiones sentimos el deseo irrefrenable de morir ante tanto dolor y desesperación. Queremos acabar con lo viejo, inservible, caduco para empezar de nuevo. La muerte es el final del comienzo. ¡Y lástima para aquel que no tenga esa esperanza!, pues su vida quedará mermada, sin sentido, pobre y vieja. Tendrá que darse prisa por disfrutarla porque el tiempo se va deprisa.
¡Y si está en condiciones de hacerlo!, porque hay tanta gente condenada a sufrir, a vivir en circunstancias de esclavitud, de pobreza, de sometimiento, explotación y manipulación que, sus vidas, no tendrían sentido sino hubiese esperanza de un mañana justo y verdadero.
La simple lógica de la razón nos dice que la verdad debe salir a flote y todo aquel que se aprovecha del otro tendrá, en su momento, el juicio justo y debido. Y pagará todo lo que haya hecho con desamor y mentira. Es lo que todos esperamos que suceda y desde lo más profundo de nuestro ser comprendemos que debe ser.
Esa aspiración que nace de lo más profundo de nuestro ser es el sello de la Verdad que el Creador ha dejado en cada uno de nosotros. De tal forma, que cada uno, una vez muerto a la vida de este mundo, será su propio juez, porque conocerá cual debía haber sido su conducta, y lo que ha hecho bien o mal.
Conocerá al Bien Supremo (DIOS), y verá con sus propios ojos cual debe ser su premio y castigo una vez vivida la prueba de la lucha diaria del amor contra el egoísmo. Por eso, como el título de esta reflexión alumbra, cada día hay un motivo para elevar nuestra oración en un rezo decidido, entregado y ofrecido, desde nuestra entera libertad, al ESPÍRITU SANTO para que nos asista y nos fortalezca en la lucha contra la inclinación que nos arrastra hacia la muerte egoísta.
Hace días pedíamos por estar vigilantes, atentos, disponibles y humildes a tomar todo aquello que nos es dado por el Amo y Señor. Es, quizás, lo que necesitamos para nuestro alimento. Más nos puede perjudicar, indigestar...
Hace días pedíamos por no preocuparnos tanto por nuestro cuerpo y, sin dejarlo de cuidarlo, prestar más atención al verdadero tesoro del alma, donde está la verdadera perla y joya que tenemos que cuidar.
Hace días pedíamos por tener la fortaleza de ser fuertes a la hora de padecer enfermedad, dolor psíquico, angustias, problemas familiares, o persecuciones por nuestra fe... Necesitamos la Gracia de poder superar esas pruebas que nos pueden llegar como a otros.
Hace días pedíamos por la valentía de ser capaces de corregirnos fraternalmente y de aceptarlo humildemente. Necesitamos ser humildes y saber que todo nos viene de DIOS y nada es por nuestros méritos y dones, pues todo son regalos de Nuestro PADRE DIOS.
Y hoy pedimos por saber perdonar, porque para poder amar necesito antes ser humilde y perdonar. Si no perdono no puedo amar, y si no amo no tendré nada que ofrecer en el atardecer de mi vida, pues lo que me pedirán será como he vivido el amor en mi vida.
ES MUY NECESARIO ORAR, PORQUE SIN ORACIÓN MI VIDA ESTÁ VACÍA Y SIN SENTIDO.
En ese sentido, la muerte es la liberación de lo que te encadenaba, de lo viejo, de lo caduco, de todo aquello que te reprime y te sumerge en una actitud vencida, atada, instalada, anquilosada y dominante... ¡Cuantas veces sentimos y clamamos a grito experimentarnos seres nuevos! Vivimos la experiencia de ser una persona nueva, cambiada, liberada, en una palabra, de aquello que me sometía, que no me dejaba avanzar.
En otras muchas ocasiones sentimos el deseo irrefrenable de morir ante tanto dolor y desesperación. Queremos acabar con lo viejo, inservible, caduco para empezar de nuevo. La muerte es el final del comienzo. ¡Y lástima para aquel que no tenga esa esperanza!, pues su vida quedará mermada, sin sentido, pobre y vieja. Tendrá que darse prisa por disfrutarla porque el tiempo se va deprisa.
¡Y si está en condiciones de hacerlo!, porque hay tanta gente condenada a sufrir, a vivir en circunstancias de esclavitud, de pobreza, de sometimiento, explotación y manipulación que, sus vidas, no tendrían sentido sino hubiese esperanza de un mañana justo y verdadero.
La simple lógica de la razón nos dice que la verdad debe salir a flote y todo aquel que se aprovecha del otro tendrá, en su momento, el juicio justo y debido. Y pagará todo lo que haya hecho con desamor y mentira. Es lo que todos esperamos que suceda y desde lo más profundo de nuestro ser comprendemos que debe ser.
Esa aspiración que nace de lo más profundo de nuestro ser es el sello de la Verdad que el Creador ha dejado en cada uno de nosotros. De tal forma, que cada uno, una vez muerto a la vida de este mundo, será su propio juez, porque conocerá cual debía haber sido su conducta, y lo que ha hecho bien o mal.
Conocerá al Bien Supremo (DIOS), y verá con sus propios ojos cual debe ser su premio y castigo una vez vivida la prueba de la lucha diaria del amor contra el egoísmo. Por eso, como el título de esta reflexión alumbra, cada día hay un motivo para elevar nuestra oración en un rezo decidido, entregado y ofrecido, desde nuestra entera libertad, al ESPÍRITU SANTO para que nos asista y nos fortalezca en la lucha contra la inclinación que nos arrastra hacia la muerte egoísta.
Hace días pedíamos por estar vigilantes, atentos, disponibles y humildes a tomar todo aquello que nos es dado por el Amo y Señor. Es, quizás, lo que necesitamos para nuestro alimento. Más nos puede perjudicar, indigestar...
Hace días pedíamos por no preocuparnos tanto por nuestro cuerpo y, sin dejarlo de cuidarlo, prestar más atención al verdadero tesoro del alma, donde está la verdadera perla y joya que tenemos que cuidar.
Hace días pedíamos por tener la fortaleza de ser fuertes a la hora de padecer enfermedad, dolor psíquico, angustias, problemas familiares, o persecuciones por nuestra fe... Necesitamos la Gracia de poder superar esas pruebas que nos pueden llegar como a otros.
Hace días pedíamos por la valentía de ser capaces de corregirnos fraternalmente y de aceptarlo humildemente. Necesitamos ser humildes y saber que todo nos viene de DIOS y nada es por nuestros méritos y dones, pues todo son regalos de Nuestro PADRE DIOS.
Y hoy pedimos por saber perdonar, porque para poder amar necesito antes ser humilde y perdonar. Si no perdono no puedo amar, y si no amo no tendré nada que ofrecer en el atardecer de mi vida, pues lo que me pedirán será como he vivido el amor en mi vida.
ES MUY NECESARIO ORAR, PORQUE SIN ORACIÓN MI VIDA ESTÁ VACÍA Y SIN SENTIDO.
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