A la hora de valorar y darle la medida justa a las cosas o hechos que nos suceden, siempre tomamos la medida de la eficacia: las cosas son valoradas en función de sus resultados y productividad. De tal forma, que lo que presenta cero productividad y beneficio es valorado como algo inservible y condenado a ser arrojado a la basura.
Ocurre eso con nuestro tiempo. Sólo lo valoramos cuando de él obtenemos un beneficio en entretenimiento, diversión, placer, ó económico. Cuando lo que se nos ofrece es gastarlo en dedicarlo a pensar en nosotros, en buscarnos y buscar mí y nuestra relación, en clarificar nuestro destino y nuestra meta, para lo que tengo que definir quién soy y de donde vengo, cuesta mucho más y difícilmente lo emplearemos en eso.
Es verdad que, a algunos les hace más falta que a otros, pero a todos nos es necesario y vital. Todos estamos llamados a ser felices, y precisamente eso es lo que queremos, pero no todos entendemos que el camino para serlo tiene un rumbo y puerto único. Y esto es tan claro, cómo que si hubieran varios caminos y varios puertos, ninguno sería el verdadero, porque sólo uno puede serlo. Y ese uno es necesario buscarlo, pero no fuera, en las cosas, sino dentro, en el interior de uno mismo.
Por lo tanto, el tiempo que dediquemos a pensar en nosotros, a preguntarnos por nosotros, a conocernos a nosotros, será el tiempo más valioso y el tesoro más grande que podamos buscar. Y eso es lo que proponemos desde el Cursillo: "un chacis de ideas luminosas que te alumbraran el camino a seguir para encontrarte y encontrar la felicidad que tanto buscas.
Porque desde el conocimiento de conocerme puedo encontrar el camino a donde debo llegar y para el que estoy hecho. Por tanto, la importancia de pararnos y vernos es de una importancia vital y requiere toda nuestra máxima atención y dedicación. Es el verdadero oro que queremos tener y la solución a todo lo que nos pasa y sucede.
Al convivir, vivir con otros, puedo experimentar que el encuentro conmigo pasa por descubrir también al otro, y que sólo con los otros y en los otros puedo realizar la misión de la cual brota todo ese torrente de felicidad que tanto buscaba fuera de mí, y se encuentra dentro de mí, en relación con el otro. Porque yo, sin ti no tengo sentido, y tú, sin mí ocurre lo mismo. Estamos hechos para amarnos y mientras en el mundo no se amen los hombres, el mundo irá mal.
Sólo tenemos esta vida y lo más importante que podemos hacer es buscar lo fundamental: descubrir cual es la voluntad de Dios y hacerla. Pienso que para los cristianos, es una prioridad amar y aceptar al otro, como la expresión más auténtica de nuestro amor a Dios. Gracias por estas entradas, que son siempre una buena ocasión para reflexionar.
ResponderEliminarSalvador, es importantísimo reflexionar y preguntarse a diario sobre esto que claramente expones. Hace pocos días, conversábamos con mi esposa -viniendo de la comunidad en donde trabajamos- en la dificultad que hay de reconocer en el otro la posibilidad de cambiar, la realidad de la conversión del otro; en sí es el obrar del Espíritu en nosotros y en los otros, y es parte de aceptar al otro tal cual es, con sus aciertos y errores, con sus luces y sombras, como hermano por tener un mismo Padre. Pues no es cuestión de afinidades. Dios te siga iluminando y alimentando en estas hondas reflexiones. Un abrazo fraterno en Cristo y María. Paz y Bien. Ricardo
ResponderEliminarAsí como en una larga caminata, en la vida siempre es bueno que de tanto en tanto nos detengamos un momento para refrescarnos y volver a caminar renovados.
ResponderEliminarUn abrazo
Todos hemos pasado alguna vez por pequeñas crisis, por momentos en los que nos faltaba un poco de fe en nosotros mismos, y quizá entonces encontramos a alguien que creyó en nosotros, que apostó por nosotros, y eso nos hizo crecernos y superar aquella situación. Debemos tratar de hacer lo mismo o un poco más...
ResponderEliminarSólo ésta vida y no nos paramos a pensar que nos la estamos jugando para siempre. Ésta es la gran paradoja, eligelavida, de nuestra vida: la arriesgamos a perderla para siempre. Y siempre, no es unos cuantos días, sino cada día, sin final.
ResponderEliminarSerá el próximo tema de mi vivencia reflexiva, porque de su importancia todo puede cambiar en nosotros.
Si, hermano Ricardo, me empeño, nos empeñamos en cambiar al otro tal y como creemos que debe cambiar. ¿Y quién soy yo para cambiarlo? ¿Acaso, el SEÑOR, no tendrá su plan sobre él? ¿No era necesario que el hijo prodigo saliera de su casa, para encontrarse más tarde con su padre? ¿Acaso, el hermano mayor, que no salió, y, aparentemente, hacía la voluntad del PADRE, lo encontró?
ResponderEliminarAceptar es estar dispuesto a que las cosas transcurran tal y como el ESPÍRITU las conduce. Eso no nos inhibe de actuar, sino de escuchar y acoger y aceptar.
Un abrazo en XTO.JESÚS.
Totalmente de acuerdo, Jorge. En el camino se hace necesario pararse, para tomar nuevos bríos, reponer fuerzas y reorientar el rumbo que el cansancio nubla y esconde.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo en XTO.JESÚS.
¡Y DIOS nos libre, Roberto, de no tenerlas! Porque las crisis nos obligan a buscar salidas y lo normal es buscar la salida del bien. Malo es cuando nos desviamos y queremos salir como sea, incluso pisando al otro.
ResponderEliminarLa comparación nos ayuda a crecer, pues sé que existe el bien, porque está el mal. Sé que esto es bueno, porque lo otro es malo. Y la educación que nuestros padres nos transmiten nos ayudan a formarnos éstas ideas. De ahí la importancia de la familia.
Bienvenido y un fuerte abrazo.