A ti también te llama Dios. No sólo llamó a Abrahán, sino que en él nos llama a todos. Porque, todos somos hijos en la fe de Abrahán, y como hijos, tenemos por delante el mismo camino a recorrer. Él ya respondió, y ahora te toca a ti y a mí responder. Estamos recorriendo nuestro éxodo particular e importa mucho saber en qué lugar nos encontramos. ¿Hemos pasado ya el sufrimiento del cautiverio en Egipto?, o, ¿estamos en el camino del desierto?
Y, ¿acogemos ese camino duro y atormentado que supone atravesar el desierto? ¿O nos rendimos y rechazamos ese duro camino? ¿Queremos volver a nuestro punto de partida y gozar de las delicias que este mundo nos ofrece, o disponernos a atravesar la puerta estrecha? ¿Nos preguntamos con recelo el por qué Dios nos ha traído a esta travesía atormentada que se nos hace difícil de superar? ¿Añoramos nuestra estancia, a pesar de la esclavitud, pero segura en comida, en Egipto?
Indudablemente que no nos gusta este camino lleno de dificultades. El hambre nos desquicia y nuestro cuerpo se debilita, y, quizás, también nuestra fe. ¿Le ocurrió eso a Abrahán? Cuántas cosas nos suceden, y no porque nos las manda Dios, sino por nuestros propios pecados y errores. Pero, toda la culpa será siempre para Dios. Y queremos una gloria sin esfuerzo ni sacrificio. A pesar de recibir todo gratuitamente, hasta ponernos en nuestras manos la posibilidad de salvación, nos quejamos y protestamos.
Seguramente si Abrahán hubiese protestado tampoco habría llegado su descendencia a la Tierra prometida. ¿Dónde está nuestra fe? ¿Es qué yo no soy hijo de Abrahán en la fe? ¿Y cómo quiero llegar a la Tierra prometida que Dios ha señalado a Abrahán, y a la que me ha conducido Moisés? ¿Es qué este mundo de hoy, mi mundo, no es un camino para llegar a esa Tierra prometida? Realmente, ¿dónde estoy yo? Porque mientras no encuentre mi lugar en este Éxodo, desde la esclavitud de mi propia tierra a la libertad plena de sentirme hijo de Dios, mi camino en este mundo puede ser erróneo y de perdición.
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