Es más prolifero observar en verano como la gente se preocupa de cuidar su imagen y de tener su cuerpo bien cuidado. Unos por moda, otros por competencia y otros porque todos lo hacen, resulta que las playas y los paseos se llenan de gente corriendo, paseando a paso ligero y ejercitándose en poner su cuerpo en buen estado: físico y saludable.
Hoy las personas dedican mucha parte de su tiempo en cuidar su parte humana: técnicas de relajación, gimnasias dirigidas, masajes, saunas, paseos, deportes...etc. Todos convergemos en que nuestro cuerpo debe y tiene que estar bien cuidado, y para ello dedicamos tiempo y curramos los ejercicios que nos mandan o creemos debemos hacer.
Al margen, controlamos nuestras enfermedades y no descuidamos los respectivos tratamientos que tomamos para mantenernos bien saludablemente. Creo que es un deber y una obligación hacerlo, pero el peligro está en que, sin darnos cuenta, nos pasamos de rosca y, ya no sólo lo hacemos por precaución y mantenimiento, sino que se convierte en un objetivo prioritario y de primer orden, por encima de otros más importantes.
Nos pasa lo mismo con tantas cosas que anhelamos y deseamos conseguir, porque en ellas hemos puesto nuestra felicidad y, consiguiéndolas, seremos y alcanzaremos la felicidad. Así nos pasamos parte de nuestra vida corriendo detrás de esas prioridades y, observando, que a casi todos les ocurre lo mismo, pero, todavía ninguno ha conseguido llegar al punto álgido de encontrar la felicidad. Sí, hay momentos maravillosos y felices, pero nos dejan peor cuando acaban, porque como si de un reclamo se tratara, acaban muy pronto y quedamos peor, vacíos, y otra vez la misma canción, a empezar la carrera de nuevo.
Pronto observamos que todas esas cosas donde ponemos nuestro tiempo, atención y felicidad son cosas con etiquetas de caducidad. Tienen su tiempo contado y cuando llega se acaba todo. Al mismo tiempo, consumidas un tiempo, sentimos que nos no llena plenamente. Descubrimos una felicidad aparente que no era tal como nos prometía. Nos sentimos nuevamente vacíos. De nuevo volver a empezar.
Sin embargo, olvidamos lo más importante: "somos un compuesto, no sólo de cuerpo, también tenemos alma". La persona humana está formada de cuerpo y alma, pero el alma está escondida, invisible y necesita más observación y atención para descubrirla y dedicarle tiempo a atenderla. Y, resulta, que esa parte de nuestro ser es eterna, no muere, pero también necesita cuidado. Y cuando se le descubre y se le cuida descubrimos sentimientos de gozos inmensos y perdurables.
Esa mercancía, sí nos llena plenamente, porque es eterna, y lo bueno y gozoso cuando es eterno es cuando nos hace feliz. Porque lo que acaba nos desconsuela en el momento que acaba. Siempre el mismo cuento: "despreciamos lo bueno y tomamos lo caduco e inservible". Al final, tanto cuidado al cuerpo para terminar podrido y corrupto.
Indudablemente, eso no quiere decir que mientras lo transportemos en nuestra vida lo olvidemos. ¡Claro que sí!, ¡hay que cuidarlo!, pero sin poner en ello sino lo debido y necesario. Al final todo se va a quedar aquí, y él, el cuerpo, ni eso quedará sepultado y corrompido debajo de la tierra.
Lo lógico y de buen gusto sería atender ambas cosas según su importancia, y puesto a elegir, las personas que se precien de saber hacerlo, elegirían lo que nunca acaba y nos va a prometer ser gozosamente feliz para siempre. ¡Claro!, lleva sus cuidados, sus atenciones, sus ejercicios, sus conocimientos, su camino, que, como todo tesoro, cuesta conseguirlo y, sobre todo en este mundo, remar contra corriente.
Hoy las personas dedican mucha parte de su tiempo en cuidar su parte humana: técnicas de relajación, gimnasias dirigidas, masajes, saunas, paseos, deportes...etc. Todos convergemos en que nuestro cuerpo debe y tiene que estar bien cuidado, y para ello dedicamos tiempo y curramos los ejercicios que nos mandan o creemos debemos hacer.
Al margen, controlamos nuestras enfermedades y no descuidamos los respectivos tratamientos que tomamos para mantenernos bien saludablemente. Creo que es un deber y una obligación hacerlo, pero el peligro está en que, sin darnos cuenta, nos pasamos de rosca y, ya no sólo lo hacemos por precaución y mantenimiento, sino que se convierte en un objetivo prioritario y de primer orden, por encima de otros más importantes.
Nos pasa lo mismo con tantas cosas que anhelamos y deseamos conseguir, porque en ellas hemos puesto nuestra felicidad y, consiguiéndolas, seremos y alcanzaremos la felicidad. Así nos pasamos parte de nuestra vida corriendo detrás de esas prioridades y, observando, que a casi todos les ocurre lo mismo, pero, todavía ninguno ha conseguido llegar al punto álgido de encontrar la felicidad. Sí, hay momentos maravillosos y felices, pero nos dejan peor cuando acaban, porque como si de un reclamo se tratara, acaban muy pronto y quedamos peor, vacíos, y otra vez la misma canción, a empezar la carrera de nuevo.
Pronto observamos que todas esas cosas donde ponemos nuestro tiempo, atención y felicidad son cosas con etiquetas de caducidad. Tienen su tiempo contado y cuando llega se acaba todo. Al mismo tiempo, consumidas un tiempo, sentimos que nos no llena plenamente. Descubrimos una felicidad aparente que no era tal como nos prometía. Nos sentimos nuevamente vacíos. De nuevo volver a empezar.
Sin embargo, olvidamos lo más importante: "somos un compuesto, no sólo de cuerpo, también tenemos alma". La persona humana está formada de cuerpo y alma, pero el alma está escondida, invisible y necesita más observación y atención para descubrirla y dedicarle tiempo a atenderla. Y, resulta, que esa parte de nuestro ser es eterna, no muere, pero también necesita cuidado. Y cuando se le descubre y se le cuida descubrimos sentimientos de gozos inmensos y perdurables.
Esa mercancía, sí nos llena plenamente, porque es eterna, y lo bueno y gozoso cuando es eterno es cuando nos hace feliz. Porque lo que acaba nos desconsuela en el momento que acaba. Siempre el mismo cuento: "despreciamos lo bueno y tomamos lo caduco e inservible". Al final, tanto cuidado al cuerpo para terminar podrido y corrupto.
Indudablemente, eso no quiere decir que mientras lo transportemos en nuestra vida lo olvidemos. ¡Claro que sí!, ¡hay que cuidarlo!, pero sin poner en ello sino lo debido y necesario. Al final todo se va a quedar aquí, y él, el cuerpo, ni eso quedará sepultado y corrompido debajo de la tierra.
Lo lógico y de buen gusto sería atender ambas cosas según su importancia, y puesto a elegir, las personas que se precien de saber hacerlo, elegirían lo que nunca acaba y nos va a prometer ser gozosamente feliz para siempre. ¡Claro!, lleva sus cuidados, sus atenciones, sus ejercicios, sus conocimientos, su camino, que, como todo tesoro, cuesta conseguirlo y, sobre todo en este mundo, remar contra corriente.
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