—¡Hombre!,
me has hecho pensar en la realidad de la vida. Ayer, después de despedirnos y al
llegar a mi casa estuve reflexionando sobre cómo se nos escapa la vida y de
cómo gastamos nuestro tiempo. Me dormí pensando en eso e influido por lo que te
he contado.
—¿Qué piensas tú respecto a la vida y
de cómo gastamos nuestro tiempo? ¿Te parece larga o corta? ¿Te enfrentas a ella
y te preparas o la esperas de manera indiferente sin importarte cuando llegue?
—Una de las cosas que más me
impactaron fue la rapidez de cómo la enfermedad se ha apoderado de esa persona —siguió
Manuel. Como si de un ladrón se tratara. Y me he acordado de lo que nos ha
dicho Jesús, el Señor: Pero
el día del Señor vendrá como ladrón, en el cual los cielos pasarán con gran
estruendo, y los elementos serán destruidos con fuego intenso, y la tierra y
las obras que hay en ella serán quemadas. Puesto que todas estas cosas han de ser destruidas de esta manera,
¡qué clase de personas no debéis ser vosotros en santa conducta y en piedad…
(2P 3, 10-11).
—Estoy desconcertado, confundido y si
capacidad de reacción. ¡Claro que me importa y me preocupa la muerte, mi
muerte! Pero, no me lo he planteado de esa forma como tú lo has hecho ahora ─compartió
Pedro. La verdad que no sé qué decir.
Hubo unos momentos de silencios, de
pausa y de dar tiempo a que las ideas o los pensamientos se colocaran en su lugar.
Después de unos minutos, Pedro tomó la palabra y dijo.
—Cuando te planteas estas cosas
seriamente —dijo Manuel—, tu vida cambia. Se altera tu orden de valores y la
jerarquía de tus prioridades. Pero, cuesta salir de ti mismo. El trajín de la
vida, las seducciones y tentaciones de tus propias apetencias, satisfacciones y
egoísmos corren un tupido velo que te esconde esa realidad de la muerte.
Se hizo una pausa y un silencio entre
los amigos que descubría lo melancólicos que estaban poniéndose.
—Sí, algo así, —prosiguió Manuel— como si se tratara de una realidad distópica, irrealizable y que solo aparece cuando la realidad te despierta y te abre los ojos. Pero, si no espabilas y cambias, el mundo te los vuelve a cerrar.
—Ahora me doy cuenta, Manuel. Soy un
esclavo y necesito liberarme. Pero, no puedo luchar yo solo contra el mundo. Un
mundo que se esconde dentro de mí: mi soberbia, mi avaricia, mi vanidad, mis
deseos, mis pasiones, mis egoísmos mis…
¿Y sabes por qué? Porque, si voy yo
solo, el sentido de mi vida sería ese, tomar lo que el mundo me ofrece. ¿A qué
esperar? Si todo empieza y termina en mí, no tiene sentido la renuncia, el
sacrificio ni el amor. Todo se convierte en disfrutar y pasarlo bien. ¡Cobra
sentido eso de qué la vida son cuatro días y hay que disfrutarlos! Luego, ¿cómo
es que dentro de mí hay una inclinación al bien, a la justicia y al amor?
¿Quién la ha puesto dentro de mi corazón? —Se preguntó Pedro.
—¿Y te parece, Pedro, que eso tiene
sentido? ¿Te parece que vivir en la máxima opulencia, ¡que no se puede!, tiene
sentido?, cuando la realidad es que se sufre más que lo que se vive. ¿Y la
justicia? ¿Aquellos que pasan toda su vida sirviendo, esclavizados y sufriendo
carencias de todo? ¿Qué mundo es este? ¿Te parece justo?
—¡Supongo que no! La verdad es que no
parece que esto cuadra. El mundo demanda una justicia y un orden. Y también un
equilibrio, que es la libertad. Un equilibrio donde el respeto te exige un
límite para que no le invadas y le denigres. Surgen los derechos y la dignidad
de la persona.
—Dices bien Pedro, la vida ─agregó
Manuel─ no tiene ningún sentido cuando es anárquica, desequilibrada, y contradictoria.
—¿Por qué digo esto? ─puntualizó Manuel─ porque, dentro de cada hombre, a pesar
de todo el mal que se esconda en él, hay una inclinación al bien, al amor y a
la justicia como tú muy bien has dicho.
—¡Y cuánto se desprecia la vida! Muere
mucha gente cada día en el mundo. Y mueren no por enfermedad o vejez, sino por
hambre, sed y carencia de lo más elemental para tener una vida digna. Y eso lo
ve el mundo y no reacciona. ¿Qué está pasando?
—No lo sé, pero, es verdad lo que
dices. El mundo va cada vez peor. Tantos adelantos y, en lugar de mejorar se
cometen más atropellos y disparates. Tenemos el ejemplo de lo que pasó en la
segunda guerra mundial – 39-45 – con los campos de exterminio de los judíos.
Algo que se pensó que no se repetiría. Pues, hoy mueren más y de manera impune
permitido por la ley. Estoy hablando de abortos y eutanasia.
─ ¿Cómo lo ves Manuel? ─interrogó
Pedro.
—Impensable, increíble. ¡Si me hubiesen contado que eso iba a pasar, diría que me estaban contando una historia distópica, irrealizable, disparatada y fantástica!
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