Tu vida ha sido plantada para que tú, no otro, la cultive y la haga dar frutos. Frutos que no serán para ti, ni quizás tú los veas, sino frutos que estarán disponibles para el bien de los demás y ofrecidos gratuitamente. Frutos nacidos y cultivados por el calor de tu amor y el agua de tu misericordia. Frutos que te serán pedidos porque, previamente, se te han depositados en tu corazón.
Frutos que muchos esperan y que, quizás, sin saberlo los necesitan, porque el camino y orientación de sus vidas dependerá de que coman de esos frutos que esperan de ti. No los entierres en tu viña particular ni los dejes secarse. Ni tampoco los utilices para tu provecho propio, porque te han sido dados para el bien de otros que esperan por ellos.
Son tus talentos y cualidades, la viña plantada en tu corazón, para que dé frutos que sean la salvación de otros. Ponte en Manos del verdadero Labrador para que esos frutos sembrados en tu corazón den el fruto, valga la redundancia, apetecidos.
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