Juan tomó conciencia de que había caído de nuevo en la red del Maligno. Perdió su propio control y no pudo controlarse y en su corazón, herido por el pecado de orgullo y soberbia, se desató la tormenta y la furia. Se veía impotente para volverse atrás. Sabía que iba en dirección errónea, pero no podía mantener silencio y sus palabras irrumpieron como flechas hiriendo el corazón de su hijo.
Todo empezó cuando advirtió, ahora cabía la posibilidad de que estuviese equivocado, que su hijo dijo dirigió unas palabras a su madre en alusión a lo que su padre, Juan, comentaba en esos momentos. Todo sucedió de repente, como si el mismo demonio lo preparara. La verdad es que está siempre al acecho para aprovechar cualquier momento. Su interpretación, de lo comentado por su hijo, fue un torbellino que desató su lengua y aceleró los latidos de su corazón. Ocurrieron los reproches y las malas interpretaciones de intenciones y el ambiente se caldeó de un olor a resquemor y rabia. Hubo un cruce de palabras y de petición de perdón por parte del hijo, pero sin dar lugar a la reconciliación sino a una promesa de cortar el diálogo en lo sucesivo. La tormenta había llegado y el corazón empezaba a sufrir.
Afortunadamente no se había llegado a la violencia ni al insulto descontrolado. Posiblemente, aunque a veces creamos que no, el ángel de la guarda tomaba también parte en el asunto. Gracias a él los disparos se habían contenido. La tarde noche se presentaba tensa, desesperante y angustiosa. Fueron momentos peligrosos y donde, sin paz, el diablo se encuentra a sus anchas. ¿Cómo reconciliar el sueño? Un misterio que sólo la presencia del Espíritu Santo lo puede explicar. En Él, Juan pudo soportar las embestidas de la tempestad que se desataba en su corazón, y llenarse de toda la paciencia que necesitaba para permanecer en silencio y recibir la misericordia de Dios.
Poco a poco fue recobrando la calma y llenándose de paz. Ahora venía lo más difícil, humillarse y pedir perdón. Porque, el perdón necesita humillarse y rebajarse para, empapado de humildad acercarse al perdón. Ese pensamiento era lo que revoloteaba por su agitada e intranquila mente. Antes, como una medicina eficaz y preventiva, el rezo del santo rosario le llenó de la fortaleza que necesitaba para abrirse al perdón y buscar, auxiliado y apoyado en el Espíritu, ese momento oportuno. Y así sucedió, el Espíritu Santo provocó el encuentro que hasta parecía que el hijo esperaba. Se fundieron en un fuerte y emocionado abrazo por unos largos segundos que les llenó de amor y paz. Padre e hijo se habían mutuamente perdonados.
Entonces, Juan comprendió que también le había dado un gran y fuerte abrazo a Dios, porque cuando le prometemos un abrazo a Dios lo realizamos dándoselos a los hermanos. Y cada ocasión que, por tus propias debilidades tenga que perdonar o pedir perdón a un hermano, recuerda que el abrazo también se lo estás dando al Padre del Cielo. Entonces, Juan recordó aquellas palabras de Jesús: "Quién dé un vaso de agua a quién lo necesite no le faltará su recompensa".
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario crea comunidad, por eso, se hace importante y necesario.