Cuando la vida te pone a prueba, bien en la enfermedad o en la disminución de tus capacidades intelectuales o físicas, experimentas que tu paso empieza a quedar relegado y no puedes seguir el ritmo que marca la juventud, el poderío y la fuerza. Son los momentos de tu decrepitud que tienes que aceptar y que cuesta mucho ver como la luz de tu vida física se apaga.
Pero, también hay otros factores que, independiente de la decrepitud te trastornan la vida y te cambian la dirección que tú habías impuesto. Son los errores o equivocaciones; son los egoísmos que te hacen inclinarte más a este lado que al otro; son las ambiciones que tensan tus pasiones y avaricias; son los fracasos que te humillan y te desafían. Aceptar todas esas circunstancias y situaciones se hace duro, pero también enseñan y hacen madurar.
Porque son esos momentos tan cruciales en nuestra vida los que cambian tu vida y tu rumbo, y te dan la oportunidad de reflexionar. Te ayudan a verte como persona, y persona frágil y débil, que necesita ayuda y que, al menor contratiempo, todo se viene abajo. Son momentos que te impulsan a levantar la mirada y a pensar que lo de aquí abajo no tiene futuro, pues todo está limitado y previsto, y la muerte, sin otra mirada, es el último paso. Y te resiste a quedarte ahí.
Entonces es cuando te levantas y diriges tu mirada a otro lugar más alto, más grande y de más altura. Un ideal que llene toda tu persona y le dé sentido y trascendencia. Es entonces cuando los fracasos, los errores, la lucha diaria contra ti mismo encuentra sentido y plenitud. Porque experimentas la libertad que nace dentro de ti que te lleva a la máxima aspiración, cuál es liberarla para amar y hacer el bien. Y buscas quien te pueda ayudar a realizarla, porque sientes que tú sólo no puedes.
En ese momento te estás encontrando con Jesús. Jesús, el Hijo de Dios, que ha venido a liberarnos de la esclavitud del pecado y a abrirnos los ojos hacia la libertad, la verdad y la paz. Experimentar que tus fracasos tienes ya dónde dejarlos descansar porque en Él, Jesús, todo tiene sentido y todo sirve para crecer y amar. Su Misericordia, recibida del Padre, nos perdona y nos perfecciona y da sentido para no desfallecer ni abatirnos.
En Él hay un mundo de esperanza, porque los últimos momentos no son sino la dulce despedida de este mundo, que nos sirve para ganarnos el mundo que nos espera, un mundo de gozo y plenitud eterna.
Y tal vez esa sea una de las razones, de las dificultades de la FE en occidente. Un factor más de entre otros muchos, ese aferramiento brutal del occidental a la "juventud", a través de tanto y tanto. Esa referencia del cirujano plástico, de formas de vestir y pensar de una afectividad irracional y adolescente, de la tiranía del me apetece, del solo hay derechos adolescente, pero no obligaciones, de tanto y tanto como se asocia a lo joven, a lo adolescente, de formas de vestir y de poses constantes.
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