Este camino no cumple la condición de llevarnos a Roma. Ese refrán tan conocido de que todos los caminos conducen a Roma no se cumple en esta ocasíon, porque en este caso sólo uno conducirá a la Roma Celestial que es el Reino de Dios.
No todos los caminos sirven para llegar al Señor. Sólo hay uno marcado por Él y para eso ha enviado a su Hijo, nuestro Señor Jesús, con el fin de señalarnos e indicarnos el único y verdadero camino. Hoy lunes, en el Evangelio, nos lo pone claro: "Hay un camino marcado y señalizado por las Bienaventuranzas que no dan lugar a duda, y que ha sido el motivo de rechazo para muchos".
Pero ese camino necesita de una cosa clara y concreta: "Conocer a Jesús". Sin conocer a Jesús no se puede emprender el camino. Se hace necesario escucharle y tras la escucha conocerle. Jesús no nos pide nuestra fe y confianza sin darnos razón de su Divinidad y su Misión Mesiánica. Nos revela que es el Hijo enviado por el Padre para darnos a conocer su Amor, y nos lo va enseñando en parábolas: narración de un suceso fingido que se deduce, por comparación o semejanza, una verdad importante o una enseñanza moral.
Jesús empleó esta forma de darnos a conocer la Voluntad de su Padre y, aparte de sus testimonios y su actitud misericordiosa, comprensiva, llena de ternura y amor ante los demás, nos fue, con parábolas, dándonos a conocer el camino hasta el Padre. Por eso, se hace necesario conocer sus parábolas para saber qué camino elegir entre los que nos ofrece este mundo. Una, no sé si la primera, podía ser, nos habla del Sembrador, Mateo 13, 3-9. Mc 4, 2-9. Lc 8, 4-8. Y nos la explica en Mt 13, 18-23. Mc 4, 13-20 y el Lc 8, 11-15. No sigamos adelante sin el esfuerzo y la actitud de conocer al Señor, porque su Palabra es la lámpara que quía nuestros pasos.
Posiblemente muchos de nosotros, empezando por el que escribe, estamos señalados en alguna de estas actitudes que Jesús representa en las semillas del camino, del pedregal, en abrojos o en tierra buena. Reflexionemos donde podemos estar, y pidamos, en y con confianza, sacar todo nuestro estiércol y mezclarnos con esa tierra buena de la que nos habla Jesús para dar frutos. El Señor nos escucha y nos proveerá de esta tierra buena.
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