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sábado, 30 de julio de 2016

UNA FE ENCARNADA



La fe no puede existir desencarnada, porque sería algo así como una fe hueca y vacía, sin sentido y más como un precepto o norma que como una experiencia de vida. Y eso ocurre en muchos cristianos. Su fe es algo como para sacarlo del ropero y volverlo a poner. Asistimos a la Eucaristía como un lugar donde nos vemos con personas a las que ya conocemos, y como un espacio que llena un espacio de mi vida, ya sea semanal o diario.

Pero la fe no incide en mis actitudes ni interpela a mi voluntad ni mueve mis criterios. La fe es simplemente un traje más de mi ropero que saco, me visto de fe, y luego me lo quito y lo pongo. Realmente eso no es fe, y debe interpelarnos, porque de esa forma perdemos el tiempo más tontamente que los que lo gastan en otras cosas ajenas a la presencia del Señor. La fe exige vivirla y encarnarla en tu vida.

Hay mucha gente que dirige su vida según ellos la entienden. Incluso se encuentran con derecho a ello y todo lo que le suponga creer en alguien debe primero pasar por el filtro de su conciencia e inteligencia. Y eso no es fe, sino otra clase de fe. Me explico, es fe, pero en ti mismo, y encaminarás tu vida según tus intereses y lo que tú entiendas. 

Pero creer en Jesús de Nazaret es otra cosa. Es creer en alguien que vive. No creemos en Alguien que estuvo tres años aproximadamente en este mundo y desapareció. Jesús Vive y está entre nosotros. De una forma especial y real en la Eucaristía, bajo las especies de pan y vino, donde se nos da espiritualmente para fortalecer nuestro espíritu y nuestra esperanza.

Hablar con Jesús es experimentar su presencia, su cercanía y su acción si le dejamos actuar. Soltar nuestra lengua y empequeñecernos humildemente es un signo de fe, de que queremos que se manifieste en nosotros. Que nos inunde de su Gracia. Es dar testimonio de que queremos creer y conocerle. Es poner esa libertad, de Él recibida, en sus Manos y decirle: Aquí estoy, Señor. Es fiarse y poner mi vida en sus Manos para que siga su Voluntad y no la mía.  Es tomarse en serio el Padre nuestro y rezarlo viviéndolo y llevándolo a la vida.  

Entonces experimentarás que tu fe es otra cosa, se encarna en tu propio mundo y proclama el Mensaje del mundo que Jesús vino a mostrarnos. El mundo al que estamos llamados.

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