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sábado, 20 de enero de 2018

DIOS, NUESTRO PADRE, NUNCA NOS ABANDONA

En muchos momentos de nuestra vida pensamos que Dios no nos atiende. Y lo hacemos cuando experimentamos que no nos saca del apuro que tenemos, o no nos cura esa enfermedad grave que amenaza nuestra vida terrenal. No olvidemos eso de terrenal, porque nuestra vida eterna y celestial, al lado del Padre y junto a Jesús no nos la quita nadie. No nos la quita nadie mientras nosotros confiemos en el Señor y hagamos su Voluntad.

Eso es lo importante y lo que no podemos perder de vista. Dios ha enviado a su Hijo para salvarnos, y nos ha salvado muriendo en la Cruz. En ella ha pagado por todos nuestros pecados. Sean de la clase que sean. Su Misericordia es Infinita y estamos salvados siempre y cuando creamos en Él y nos arrepintamos de nuestros pecados.

Porque, Jesús, el Hijo de Dios, no ha venido para curarnos y solucionar nuestros problemas. Ha venido para salvarnos, y eso no sucede aquí, sino que se realiza cuando terminemos nuestro camino terrenal. Es verdad que ya ha empezado, pero, digámoslo así, en los primeros kilómetros tendremos que sufrir nuestra particular pasión. Llegará el día del paso a la verdadera, plena y feliz vida, donde siempre estaremos felices y sin problemas. Donde la plenitud será plena y eterna.

Por lo tanto, no desesperemos ni nos derrumbemos porque no veamos resultados en este momento de nuestra vida. En muchos casos se deben a nuestros propios errores. Se nos ha dado la libertad y eso exige gran responsabilidad por nuestra parte, que fallamos y no cumplimos. Es lógico que paguemos nuestros propios errores, porque de ellos aprendemos y nos ayudan a esforzarnos y madurar. Jesús no es una caja mágica que está presto a solucionarnos los problemas. Nos corresponde a nosotros.

Él ya nos ha salvado y nos ha señalado el camino. Los milagros que hizo en su tiempo fueron para abrirnos los ojos. No había venido para eso, pero la dureza de nuestros corazones le obligó a hacerlo. Tengamos confianza y fe en Él. Él, si así lo decide, hará siempre lo que mejor nos conviene a nosotros, pues su intención es salvarnos. Gracias, Señor, por tanto amor.

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