Muchas veces perdemos la paz y la tranquilidad. No es que pase algo, sino que nos ponemos nervioso quizás por nuestra responsabilidad. Nos cuesta tomar alguna responsabilidad y eso deja ver, o que somos muy responsable y nos da miedo fallar o no saber qué hacer; o no queremos complicarnos ni salir de nuestra propia tierra de paz y tranquilidad. Recuerdo que contra eso Jesús, Mt 10, 34, nos habla de que ha venido a traer la guerra y enfrentamientos.
Experimento que lo que debo hacer es descansar en el Señor, y proceder con tranquilidad y sosiego. Se trata de hacer, sin regatear, pero sin prisas, pausadamente, y poniendo la cabeza y toda la sabiduría que el Espíritu pone a mi alcance, para servir y amar. Porque servir es amar. Una vez más tratamos de entender en que consiste el amor.
Amar no es sentir, ni emocionarse, ni apetecer, ni gustar, ni sentir placer, ni muchas cosas más. Amar es la voluntad de hacer el bien como me gustaría que me hicieran a mí. Amar es, desinteresadamente, buscar el bien del otro y servirle para ese bien. Y si es persona que no puede devolverte el servicio, tu actitud de amor es todavía mejor.
Tener fe es, por tanto, confiar en el Señor y tener paciencia. Las cosas no las hago yo. Las hace Él, sólo que utiliza mi torpe esfuerzo, limitado y humilde, y, Él, lo endereza y lo hace fructificar. Por lo tanto, pongámonos en sus Manos, porque está presente y nos acompaña, y no perdamos esa paz. Esa paz que es la que Él quiere realmente darnos. La paz que viene de sabernos salvados y amados por el Padre y que, acabado nuestro periplo en este mundo, iremos a esa mansión que Él nos prepara para toda la Eternidad.
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