En muchas ocasiones experimentamos la sensación de desfallecer y abandonar el seguimiento al Señor. No nos salen las cosas y sentimos que no se nos escucha ni se nos hace caso. Todo, o casi todo nos sale mal, y nos preguntamos, ¿para qué rezamos? ¿Y encima, hoy, en el Evangelio, Tú, Señor, me dices que rece siempre y no desfallezca? Me siento cansado y tentado a no obedecerte y abandonar.
Sin embargo, no nos damos cuenta de que estamos vivos, ni tampoco recordamos aquellas enfermedades que a lo largo de nuestras vidas hemos tenido. Ni, quizás, aquel momento de apuro de que salí victorioso. O de aquella petición que sí me salió bien y me fue concedida. Posiblemente si en los medios y en la prensa se hablara de eso, las noticias serían ingentes. Porque cada día y a cada instante salen muchas cosas bien a todos aquellos que se lo piden al Señor. Supongo que los comentarios, si así lo hicieran, de muchas personas que puedan leer esta humilde reflexión, sobre las oraciones que han tenido una respuesta favorable, serían muchos.
Sí, el Señor nos escucha y nos atiende. ¿Cómo no lo va a hacer si es nuestro Padre? ¡Si ha sido Él quien nos ha elegido y nos quiere salvar! ¿Es qué no nos damos cuenta que nuestra vida es un examen y paso para la verdadera Vida en la que, sí, allí nos saldrá todo bien? Él nos alienta y nos anima a seguir adelante, a tener constancia y perseverancia, a no desfallecer porque el premio está al final. También nos lo ha dicho el Señor en el Evangelio del jueves, Lc 17, 20-25. Estemos preparados para ese momento y eso exige no desfallecer.
No pases por alto tus esfuerzos. Aunque ahora te parezcan pequeños porque has ido habituando tu vida a esa disciplina litúrgica de tu horario de misas, tus rezos del rosario u otros momentos de piedad. Estas acostumbrado y habituado y ya los haces sin costarte esfuerzo o sin darte cuenta. Pero cuentan para el Señor, porque los haces por y para Él. Valen lo mismo que los primeros días que, sí que te costaron y les diste bastante importancia.
Ahora tienen tanto o más valor, porque te sobre pones a la aparente rutina, a la sensación que los haces sin esfuerzo, por costumbre, pero estás ahí. Perseveras y sostienes tu desfallecimiento y lo haces por el Señor. ¿Te parece poco? El Señor te anima, te ve y está contigo. Quizás por eso te alienta con esta parábola del juez injusto. ¡Adelante, no desfallezca!
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