No eres tú tu propio jardinero, ni tampoco tu propio labrador. Si tratas de serlo, tus frutos serán de mala calidad y su alimento no dará vida a aquellos que los coman y saboreen. Tú eres una humilde y pequeña huerta del único y verdadero Labrador. Es Él quien cultiva el jardín de tu corazón, y a ti te corresponde, porque, Él mismo te ha dado esa libertad, abrirte a su Gracia y a sus cuidados y cultivo.
Sólo así, tus frutos, darán fruto, valga la redundancia, y arrojaran luz para todos aquellos que los coman y saboreen. Así tu humilde luz será un lucecita que brilla en este mundo y, alimentada por la Gracia del Señor, alumbrará el camino, de los que estén a tu lado, hacia Él.
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