Porque será muy diferente buscar donde hay vida que buscar donde no la hay. Sin lugar a duda, esta primera consideración nos lleva, al menos así debería ser, a hacer una serie reflexión. Y es que reflexionar es algo vital en nuestra vida y para nuestra vida. De tal forma que, la primera consideración que debemos hacer es ejercitarnos y habituarnos a reflexionar, como si dependiéramos de ello nuestra vida, al igual que el aire o el agua.
Buscamos la vida en las cosas que no tienen vida, y, por sentido común y lógica, en la muerte no puede hallarse vida sino muerte. Así, buscamos vida en todo aquello que aparenta tener vida, pero en poco tiempo se corrompe y se destruye. Buscamos alimento eterno en el poder, riqueza, pasiones, sentimientos, prestigio, honor, y experimentamos que, a pesar de darnos gozo y felicidad efímera, nos alimenta nuestra soberbia, nuestra avaricia, nuestro orgullo, envidia y suficiencia, haciéndonos más infelices e insatisfechos.
Lo experimentamos en nosotros mismos y también en los demás. Luego, la vida se empobrece, se esclaviza y se nos escapa de forma efímera e inútil. ¿Dónde, pues, buscar una vida más gozosa, más útil, más satisfecha y eterna? ¿Es posible encontrarla en otro lugar?
Hay muchos que así lo testimonian y lo proclaman. Una cosa es cierta, dentro de cada hombre hay un ansia de vivir eternamente y alcanzar la felicidad plena. Y eso les empuja a vivir y a buscar ese manantial de vida gozosa y eterna, pero en las cosas de este mundo no parece encontrarse. Sin embargo, parece que si hay esperanza de encontrar ese elixir en otro lugar, o mejor, en otra forma de vivir que algunos llaman amor. Ellos, los que experimentan y proclaman esa esperanza, lo hacen desde el amor recibido por Jesús de Nazaret que ha entregado su vida por cada uno de los hombres. Él ha vencido la muerte y vive eternamente en el gozo del Padre.
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