Sin lugar a duda, nuestra vida es un camino. Un camino largo para unos, pero quizás algo corto para otros. No sabemos, ni nadie cuenta con nosotros el comienzo del mismo. Nacemos porque así lo deciden otros sin contar siquiera con nosotros. Por tanto, no elegimos el lugar ni a los padres, hermanos y familias. Tampoco la lengua, el país o el momento. Nacemos cuando otros disponen su colaboración en el nacimiento de mi propio ser.
Sin embargo, ese común denominador que a todos los hombres les une, nos sugiere ser hijos de un mismo Ser. Alguien que tiene el Poder de crear, y por tanto, crearnos. Los cristianos le llamamos Dios. Porque además de esa característica común de no contar con nosotros, tenemos también otras dos que nos han sido añadidas en nuestro nacimiento.
Y son que nacemos con un deseo infinito de felicidad y de eternidad... Feliz y eterno son dos cosas que toda persona lleva impreso en su corazón desde siempre, desde que pulula vivo en el seno de su madre y nace más tarde a la luz de este mundo. Un derecho que nadie tiene autoridad de arrancarle porque le viene dado de lo alto. Esa semejanza al Creador, felicidad y eternidad, solo se consigue con amor. Descubrimos así nuestro código genético espiritual: feliz, eterno y amor, semejanza con Dios.
En el camino de nuestra vida aspiramos a eso, a conseguir felicidad, y la buscamos en las diferentes etapas que recorremos según evolucionamos desde la niñez a la madurez. Hay etapas fáciles de recorrer porque la vida misma nos la propone atractivas y sorprendentes. Los primeros ideales, los juegos, el descubrimiento de los sentimientos, el amor, el sexo, el trabajo, la familia, los hijos... etc. son etapas que nos llevan de la mano y le dan sentido a nuestra vida.
Pero también vendrán nubarrones, oscuridades, cansancios, rutinas, enfermedades, contratiempos, de los que todos tenemos experiencias. Pronto descubrimos que la vida empieza a mostrarse dura y a exigirnos otros horizontes, pues en estos no encontramos esa satisfacción de felicidad, y menos de eternidad que habíamos comenzado a buscar desde muy temprano.
Y continuar el camino dependerá de que encontremos el verdadero sentido que nos pueda llevar a encontrar esa máxima aspiración a la que hemos sido llamados desde el principio de nuestra vida: Ser felices y eternos. Ese verdadero sentido tendrá que ser alimentado, lo que significa que el alimento será algo necesario y fundamental. Y claro, hablamos de un alimento que alimente vida eterna, lo que realmente buscamos.
Es muy cierto todo lo que comentas. Hay etapas de la vida en el que la felicidad es lo que hay y no puede ser de otra manera, como la niñez. Los niños, que son seres puros, como ángeles son de naturaleza feliz, y por lo tanto, en las diversas etapas de la vida, debemos buscar nuestro origen, que es ser feliz, pero nos vamos ensuciando con las cosas de la vida y no nos damos cuenta que la felicidad está en lo más sencillo. un abrazo
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