EL VALOR DE UNA MADRE CRISTIANA |
He escuchado a muchos decir: "No puedo atender a mis padres, así que trataré de internarlos en algún lugar donde puedan atenderlos, pues mi trabajo, mis hijos no me permiten ni me da tiempo para dedicarlo a mis padres". Y, en algunos casos, puede haber algo de verdad, sin embargo, todo se justifica en un escondido egoísmo que excluye, no sólo a nuestros padres sino también a nuestros propios hijos (aborto). Porque siempre se podrá hacer algo.
Indudablement no sabemos lo que decimos, porque nuestros padres se merecen todo nuestro esfuerzo y dedicación. Incluso antes que las cosas que ocupan nuestros intereses y atenciones. Siempre hay soluciones con las que podamos reconducir la situación. No perdamos de vista que lo que hagamos con nuestros padres será la inversión más grande que podamos hacer. De eso estoy seguro y, por eso, sé que hay algunas personas, por lo menos sé de una que tiene ganado el cielo.
Podríamos decir mucho sobre el tema que nos ocupa. No obstante es el cuarto mandamiento de la Ley de DIOS, y si nuestro PADRE DIOS lo ha incluido en sus mandatos debe de tratarse de algo muy importante. Pero, mejor, les dejo que con esta reflexión que me parece muy oportuna para destacar y enmarcar la cascada de amor que los padres, pero en este caso, las madres derraman sobre sus hijos. Realmente son verdadera heroínas:
Se han rodado muchas películas de hombres y mujeres que cambiaron el curso de la historia y también de super héroes, que llenan aquí y allá nuestra imaginación con toda clase de poderes y aventuras.
Pero existe alguien más sorprendente... ¡y en la vida de cada uno! Un personaje de carne y hueso sin igual que nos despierta para el colegio o el trabajo, que revisa nuestra ropa antes de salir, que nos tiene preparado todo lo que necesitamos; es quien nos recibe cuando, al final del día, regresamos al hogar; que nos cuenta una historia antes de irnos a dormir... no sólo en la noche, sino durante todo el día, ella transforma nuestra vida. Ése gran héroe -mejor dicho heroína-, se llama mamá.
Ella tuvo la extraordinaria capacidad de llevarnos nueve meses en su vientre. Ella nos alimentó; intuyó la razón de nuestras lágrimas, aun sin saber de telepatía, posee la capacidad de levantarse todas las noches en busca del hijo que llora. Jamás le vence el cansancio. Esta súper heroína tuvo la constancia tremenda de peinarnos, darnos de comer, vestirnos, cargarnos durante muchos años sin vacaciones. Sin ella nadie podría atarse las agujetas, tomar la cuchara o decir “te quiero” por sí mismo.
Ella no vuela ni se teletransporta, pero siempre está disponible, sacando el tiempo quién sabe de dónde. No puede lanzar rayos láser de sus ojos, pero una mirada sana el dolor del niño o lo detiene cuando quiere hacer una travesura. Sus brazos no son súper potentes y, sin embargo, ningún bebé duerme más seguro que en ellos. No sobra decir que puede sobrevivir siendo la última que come y con la ración más pequeña. Su mayor poder es su cariño y la sonrisa, esa sonrisa a pesar de las ojeras, las canas o el dolor.
Todo lo que una madre ha hecho, sólo es comparable con Dios. En el fondo, Dios da a cada mujer la capacidad de ser madre. Le regala con su misma condición, todo un “kit” de poderes, de cualidades, de virtudes.
¡Y saber que esta heroína puede estar ahora mismo lavando, planchando, cocinando o trabajando para darnos lo mejor! ¡Pensar que -quizá- no ha dejado de hacer milagros con la economía de la casa!
Por estas cualidades, no es muy loco pensar que a una mamá se le debe el primer lugar entre los hombres y que un hijo agradecido es, en sí mismo, el premio de una mujer.
No hay que buscar mucho para encontrar grandes cualidades o grandes héroes. Basta mirar a la mujer que nunca cambiará, que se tomó en serio la misión de ser madre, y darle un abrazo y toda la gratitud de nuestro corazón.
«¡Hijo, ahí tienes a tu madre! » (Jn 19, 27).
Pero existe alguien más sorprendente... ¡y en la vida de cada uno! Un personaje de carne y hueso sin igual que nos despierta para el colegio o el trabajo, que revisa nuestra ropa antes de salir, que nos tiene preparado todo lo que necesitamos; es quien nos recibe cuando, al final del día, regresamos al hogar; que nos cuenta una historia antes de irnos a dormir... no sólo en la noche, sino durante todo el día, ella transforma nuestra vida. Ése gran héroe -mejor dicho heroína-, se llama mamá.
Ella tuvo la extraordinaria capacidad de llevarnos nueve meses en su vientre. Ella nos alimentó; intuyó la razón de nuestras lágrimas, aun sin saber de telepatía, posee la capacidad de levantarse todas las noches en busca del hijo que llora. Jamás le vence el cansancio. Esta súper heroína tuvo la constancia tremenda de peinarnos, darnos de comer, vestirnos, cargarnos durante muchos años sin vacaciones. Sin ella nadie podría atarse las agujetas, tomar la cuchara o decir “te quiero” por sí mismo.
Ella no vuela ni se teletransporta, pero siempre está disponible, sacando el tiempo quién sabe de dónde. No puede lanzar rayos láser de sus ojos, pero una mirada sana el dolor del niño o lo detiene cuando quiere hacer una travesura. Sus brazos no son súper potentes y, sin embargo, ningún bebé duerme más seguro que en ellos. No sobra decir que puede sobrevivir siendo la última que come y con la ración más pequeña. Su mayor poder es su cariño y la sonrisa, esa sonrisa a pesar de las ojeras, las canas o el dolor.
Todo lo que una madre ha hecho, sólo es comparable con Dios. En el fondo, Dios da a cada mujer la capacidad de ser madre. Le regala con su misma condición, todo un “kit” de poderes, de cualidades, de virtudes.
¡Y saber que esta heroína puede estar ahora mismo lavando, planchando, cocinando o trabajando para darnos lo mejor! ¡Pensar que -quizá- no ha dejado de hacer milagros con la economía de la casa!
Por estas cualidades, no es muy loco pensar que a una mamá se le debe el primer lugar entre los hombres y que un hijo agradecido es, en sí mismo, el premio de una mujer.
No hay que buscar mucho para encontrar grandes cualidades o grandes héroes. Basta mirar a la mujer que nunca cambiará, que se tomó en serio la misión de ser madre, y darle un abrazo y toda la gratitud de nuestro corazón.
«¡Hijo, ahí tienes a tu madre! » (Jn 19, 27).
Autor: Samuel M. Hurtado, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario crea comunidad, por eso, se hace importante y necesario.