Morir para vivir |
Sabemos, de nada vale mirar para otro lado, que algún día, y no muy lejano, tendremos que enfrentarnos a la muerte. Hemos estado en muchos tanatorios acompañando a familiares, amigos y vecinos por la muerte de un ser querido, pero muy pocas veces hemos pensado seriamente que a nosotros nos tocará un día también. Y eso es lo único cierto y seguro que sabemos.
¿Qué sentido tiene vivir para en un tiempo más o menos corto morir? Nacemos para luego morir y realmente eso no tiene mucho sentido. Nos preocupamos desesperadamente por curar nuestras enfermedades y toda nuestra vida es una lucha por mantenernos sanos. No regateamos en hacer sacrificios por evitar caer enfermo, pero, sabemos, que tarde o temprano caeremos y en una de esas caídas no levantaremos más. ¿Tiene esto sentido?
Todos buscamos la vida desesperadamente, incluso aquellos que, postrados en cama, están destinados a pasar su vida de esa forma. Recuerdo ahora el tan comentado y controvertido caso de Ramón Sampredro , porque buscan desesperadamente la muerte para vivir. La eutanasia es una forma de en la muerte conseguir la vida, el descanso. El hombre está llamado a vivir, pero no una temporada, sino para siempre. Sólo así tiene sentido la vida.
Conozco a algunos jóvenes desesperados después de hundirse en la esclavitud de la droga que piden desesperadamente ayuda, que están sometidos y acabados, que no son dueños de sí porque su voluntad la han entregado y que no son capaces de dejarse ayudar. Sólo se puede esperar a que sean capaz de levantarse con la ayuda necesaria, pero mientras sólo buscan subsistir dominados por eso que creían que les iba a dar la felicidad.
Una y otra vez se les ofrece una ayuda seria, pero ya su voluntad está poseída y su libertad encadenada. Es un pozo difícil de salir. Las estadísticas de reinserción señalan que un tanto por ciento mínimo, incluso después de varios intentos, escapa de esta cárcel.
Pero hay muchas formas de vivir encadenados que nos impiden liberarnos de caminar hacia nuestra propia libertad y hacia la vida eterna. En este camino, los contratiempos y enfermedades que nos acechan de forma natural para acabar con nuestra vida terrenal, son nuestros mayores aliados, porque nos preparan, nos sacuden y nos advierten que esta vida no es la verdadera vida, sino que es la que tendremos que dejar para conseguir la otra.
Porque Resucitar, promesa que nos ha hecho JESÚS de Nazaret, no es volver a vivir, sino haber conseguido la verdadera vida, por eso hay que morir a esta, que no acabará nunca. Y esa es la importante, la que vale la pena buscar, la que verdaderamente da sentido a mi vida.
Se puede vivir sin pan, sin levadura y sin una cuenta en el banco, pero jamás se podrá vivir sin sentido. Lo que da sentido a mi vida es la meta a la que me dirijo, y esa, quieras, te des cuenta o no, es conseguir vivir eternamente. De nada vale huir de esta, a pesar de pasarlo muy mal, porque es precisamente esta vida con la que podemos ganar la única y verdadera que existe. Ésta es sólo un cromo por la que cambiamos la verdadera.
Y el cromo se llama amor, y amor no como nosotros lo sintamos y nos parezca, sino amor tal y como nos ha enseñado JESÚS, y el ESPÍRITU SANTO nos indica. Sólo así podemos obtener y salvar nuestra verdadera vida. Por todo ello, necesitamos pensar un poco más y mirar más allá de lo que tenemos delante. Vemos el mar y pensamos que nunca nos vamos a mojar, pero sabemos que un día nos llegará nuestra propia ola y nos envolverá. Para entonces debemos estar pertrechados de la vestimenta necesaria que nos mantenga limpios y no nos empape del agua de este mundo, sino de la que viene de arriba.
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