─Así es ─dices bien─. Conocemos muy bien esa historia y podíamos dar nombres propios de nuestra época, pero no es el caso ni de eso se trata. La cuestión, y según la veo yo, la gravedad de ahora es mucho mayor. Ahora las bombas son más poderosas y harán más daños. ¿Me entiendes Pedro?
─¡Claro que sí ─amigo Manuel!─. Ahora el peligro tiene mayor alcance y abarca gran territorio y no tienes donde escapar. El mundo tiende a la globalización y hay quienes están pensando en que todos pensemos de la misma manera, y eso supone quitarnos la libertad.
─Yo me imagino que los poderosos, que ahora se reúnen a parte en grande asociaciones y foros, deciden lo que quieren hacer con el mundo. Y, llevados por su poder y sus afanes de dirigirlo todo llegan a pensar que el mundo es de ellos y tratan de domesticarlo y gestionarlo.
─¿Me sigues, Pedro? ─dijo Manuel haciendo una pausa.
─Claro que te sigo, y muy preocupado. De ahí nacen leyes terroríficas y asesinas como el aborto y la eutanasia. Leyes con las que se quiere controlar el mundo, su natalidad y su número de habitantes. Leyes con las que, unos mandamases, quieren establecer la vida y la muerte. Leyes con los que algunos poderosos quieren establecer un nuevo orden mundial. Algo así como si el mundo lo hubiesen creados ellos. ¿Te das cuenta de tan grande disparate y de tanta necedad?
¿Acaso son capaces de añadir un pelo a su cabeza? ¿Acaso pueden imaginar de donde salió esa fuerza o energía que sostiene al sol y todo el sistema planetario que conocemos? Porque, ¿sabemos qué más puede haber? La tentación de creerte grande puede llevarte a cometer graves errores de apreciación. No adviertes tu pequeñez y te olvida de donde te viene todo.
En nuestro mundo – época – jugábamos a imaginarnos estas cosas con las novelas de Julio Verne, Aldous Huxley, George Orwell[1] y otros. Disfrutábamos pensando en esas hermosas fantasías utópicas o preocupándonos por esas situaciones de tiranías. Un mundo lleno de ilusiones y emociones inimaginables. ¡Jamás pensamos que eso podía llegar a ser real! ¡Y hoy, todo lo imaginado por Julio Verne, Aldous, George y otros parece posible y se está cumpliendo! Parece, éste nuestro mundo de hoy, un cuento de hadas, pero, ¡estamos despiertos y no es un sueño! ¡Lo estamos viviendo!
Teníamos otros problemas que rodeaban a las familias. El nacimiento de un hijo; la edad de empezar el colegio; la primera comunión; el primer partido de fútbol; la primera novia; el servicio militar – todo por la patria – y muchas cosas más que, unas veces alegraban la vida y otras la entristecían, pero, todas empujaban a vivir, a enfrentarse a las dificultades, a saborear la importancia de los obstáculos y la verdad de los valores. ¡Sí, la vida era hermosa! ¡Y se luchaba por construir un mundo mejor para todos!.
¡Había un ideal y un deseo de caminar, de vivir y de crecer, tanto en el aspecto económico como persona! ¡Había proyectos de familias, de vida, de pueblos, de pequeños ideales que daban sentido a tu vida!
Por ese entonces, la familia era la célula de la sociedad y era el centro de los pueblos y las ciudades. Toda nuestra carrera era – venidos/as al mundo – luchar por llegar a ser unos honrados y ejemplares padres y madres de familia. Cada cual con sus propios roles personales. Porque, la igualdad no está en las diferencias de género ─ masculino o femenino ─ sino en la dignidad de ser personas con los mismos derechos y deberes. Cada uno según los dones y cualidades para las que han sido dotados.
Los pueblos son lo que son sus familias y según esa educación, que empieza y finaliza en la familia y se complementa, en y con el colegio, los pueblos y las naciones reflejaran los valores fundamentados en la verdad y la justicia. Por tanto, destruida la familia y sus valores, los pueblos serán el reflejo de lo que esos niños ─ de nadie, aislados y desencarnados de un ambiente de acogida, de ternura, de vínculos sanguíneos ─ vivan y aprendan de la gente con la que convivan. Porque, los niños imitan lo que ven, y si ven mentira serán mentirosos y todo lo demás se lo pueden ustedes imaginar. Los pueblos que matan desaparecen.
[1] Veinte mil leguas de viaje submarino (Julio Verne). Un mundo feliz (Aldous Huxley). Rebelión en la granja (George Orwell)
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