LA TERTULIA - continuación

 

       

Habían pasado unos días que Pedro y Manuel no habían tocado este tema. No es que no hubiesen hablado, sino que simplemente habían conversado de otras cosas más superficiales o de lo que la mayoría solían hablar. Pero, se presentó la ocasión y, después de un breve saludo decidieron entrar en una cafetería y, al grato olor de un buen café, hablar un rato.        

         Estaba la televisión dando el magacín de la mañana, y Manuel, ensimismado mirándola pensó. ─Oyes, Pedro, ¿tú has pensado en el poder de la tele?

         ─Entra en todas las familias, interrumpe sus conversaciones y toma ella la voz de mando. Influye en el pensamiento y en la manera de ver las cosas ─comentó Pedro─. Muchas personas que no tienen su propia opinión quedan secuestradas por esas opiniones que dicen otros en la tele. ¿Recuerdas cuando hablamos de la gran importancia de la educación? De no estar bien preparados secuestran tu opinión y piensas por la de ellos.

         Asintió Manuel. ─Es verdad, el poder de la tele es grande. Observa que nos estamos informando de acontecimientos que han sucedido haces horas en otras partes del mundo. Esa es la globalización, que está cambiando el  mundo, pues alguien puede desde otro extremo del planeta influir en tu pensamiento en tu propia casa. Y esas posibilidades irán cambiando el mundo que, según las intenciones de los poderosos, será para el bien común o para su propio bien.

         ¡De la misma forma el periódico de papel!, pero con más fuerza y más poder el periódico digital. ¡Las redes y todo el aparato digital que se mueve en el mundo de la Blogosfera! ¡Dios mío!, por un lado hay grandes ventajas, pero, de emplearse mal, es un gran peligro.

         ─Sí  ─afirmó Pedro─ en realidad no sabemos al terreno que los avances tecnológicos nos van llevando. Ni el mismo hombre se da cuenta donde se está metiendo. ¿Te das cuenta?, ¡cada época somos más vulnerables!

         ─Nuestro mundo era otro mundo, ¿te acuerdas Pedro?, ─suspiró Manuel─. La vida era más lenta y más particular. Es decir, estábamos más aislados, más incomunicados con el exterior ─ por expresarlo de alguna manera ─ y, no sé, pero al ignorarnos estábamos más seguro, pues no nos conocíamos y no teníamos la amenaza de la tentación, del querer dominarnos y de tener poder de unos sobre otros. Y eso no significa que no hubiera problemas. ¡Claro que existían!, pero, eran más localizable y más factibles de poder arreglarlos o soportarlos.

         ─El hombre siempre es el problema ─arengó Pedro─. Su afán de protagonismo; su deseo de poder; su vanidad; la satisfacción de su egoísmo y el acumular riquezas le lleva a enfrentarse con su semejante y a someterlo y esclavizarlo para su provecho propio. Y eso ocurre en los pueblos pequeños y en los grandes. Siempre hay un cacique, un jefe y un dueño, que si se juntan varios son los que mandan e imponen su ley.