Quizás no te hayas parado a reflexionar un poco sobre tu conducta, pero, si la has observado en algún momento de tu vida convendrás en que, aunque lo escondas y quieras negarlo, tu conciencia denuncia que tu conducta no ha sido la correcta y que, de poder cambiarla, hubieras actuado de otra forma. Tú conoces tus deberes y responsabilidades, a pesar de que quieras eludirlas. Digamos que eso es lo natural, es la lucha de nuestra naturaleza herida por el pecado. Ese pecado con muchos nombres: soberbia, ira, vanidad, gula, placer egoísta y muchas cosas más que descubrimos perjudican a otro y a mí mismo.
Lo peor es que la historia vuelve a repetirse. Una y otra vez tus apetencias naturales te tientan a satisfacerlas aunque comprendas que no está del todo bien y que estás siendo egoísta. Te das cuenta y te descubres en esos momentos insolidario y egoísta. Y, en el mejor de los casos te limitas a cumplir. Respondes al compromiso contraído como un deber que luego te va a dar tu libertad para satisfacer tus egoísmos caprichosos y placenteros.
Sabes y así te ves, aunque quieras desdibujarlo en tu conciencia, que tu forma de actuar no es la correcta. Si te miras con sincera honradez te ves egocéntrico y sólo pensando en satisfacer tus egoísmos. Entonces experimentas que no amas, sino te amas. Y todo lo que haces lo diriges a satisfacer tu propio amor a ti mismo. Sin embargo, en el fondo, si lo miras bien, no te amas, te desprecias, porque al final estás perdiendo tu vida y te estás alejando del verdadero amor que es el que te dará la verdadera felicidad que buscas.
Por mucho que te empeñes, la vida, tu vida es vida cuando realmente la vives pensando en los demás más que en ti mismo. Parece un contrasentido porque, pensamos, que mi felicidad está en lograr mis propias satisfacciones, pero es todo lo contrario. La felicidad se esconde debajo de la propia renuncia a buscarla en tus propias satisfacciones preocupándote del bien de los demás. Sobre todo de los que sufren y carecen de lo más necesario para vivir. Esto aplicado a tu vida familiar da un giro de trescientos sesenta grado a la misma.
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