─ Somos diferentes ─dijo Manuel─, cuando se encontró con Pedro al día siguiente. ¿Sabes?, he pensado en la conversación del otro día y he llegado a una conclusión. Se confunde las diferencias con las desigualdades. Somos diferentes psíquicamente, fisiológicamente y con características que nos complementan, y es bueno conocerlas para poder ayudarnos y amarnos. La mujer tiene que saber que el hombre no se da cuenta de muchas cosas que ella advierte, pues es más detallistas y observadora. Y, por el hecho de no darse cuenta no significa que no la quiera. Simplemente hay que buscar el momento y la paciencia para comentárselo con cariño y hacérselo saber.
─ Si, es verdad ─dijo Pedro─. Yo he notado eso en mis padres. El otro día mi madre estaba inclinada recogiendo unos libros y le dolía la espalda. Pensó que mi padre no le importaba que ella sufriera y eso le llevo a creer que mi padre no la quería. Deducen algo que no es cierto. Mi padre ni se enteraba de lo que a ella le pasaba. ¿Te das cuenta? De esa forma hay muchas cosas que les pueden enfrentar si no se dan cuenta que cada uno tiene diferentes formas de ver las cosas. Por algo son hombre y mujer.
─El amor ─comentó Manuel─ no es un sentimiento, ni una forma subjetiva de ver o interpretar las cosas. El amor no es un estado de ánimo, sino un compromiso. Un compromiso que se va madurando y aceptando desde la pobreza, defectos y errores de cada uno. Pero, en el esfuerzo, desde la fidelidad, la rectitud de intención y el deseo de vivir en la verdad y la justicia, se va madurando. Ahí nace el amor y la confianza, y se contagia toda la familia, y hasta mejoran los barrios y con ello los pueblos. En realidad es muy bonito amar así, ¿no te parece Pedro?
─Evidentemente, Manuel, creo que ese es el verdadero amor. Pero, ¿qué lo rompe? Pues, el egoísmo, la soberbia, la prepotencia, la envidia, la vanidad, la pasión descontrolada, el afán de poder y riqueza…etc. Si te das cuenta, siguió Pedro, los conflictos familiares están enmarcados en algunas de esas características antes citadas y otras muchas.
─Pero, hay más ─dijo Manuel. También el deseo de cambiar al otro – hombre o mujer -. Te casas con la intención de, cuando lo tengas en tu casa, pulirlo según tus ideas, tus conceptos y derechos y… Aunque sean buenos y tengas razón, piensa que el otro es otro. Y no se trata de cambiarlo, sino de amarlo. Y que sea el amor quien lo vaya cambiando. La paciencia es muy importante y necesaria. Y el amor lo es todo. Es lo que sustenta el nexo de la unidad, y lo que realmente puede cambiar al otro.
Eso nos lleva a concluir que los problemas están dentro, en las personas, no en las cosas ni en los bienes. Se fraguan dentro, en el corazón de cada uno. Por eso, la educación, el diálogo y el proceso de ir madurando es muy importante. Pero, para eso hace falta estar en una actitud de disponibilidad y buena intención. Es decir, siguió Manuel, volvemos al mismo lugar, juega un papel definitivo la libertad, la verdad y la humildad.
─Así es, respondió Pedro. Y esa libertad es débil, frágil y expuesta a muchas tentaciones a las que el hombre y la mujer no se sienten con fuerza para vencerlas. ¡Y aparecen las caídas!, exclamó Pedro. Posiblemente, la historia las descubre y las relata en muchos momentos. Luego, ¿qué solución le ves a todo esto?
─Desde el hombre mismo ninguna ─dijo Manuel─. Su naturaleza humana está vencida por las propias pasiones y egoísmos, y, quedándose solo, terminará por destruir y destruirse. Véase los grandes personajes de la historia, los grandes imperios y el resultado final. Ninguno ha acabado bien.
─¡Hasta luego!, ─dijo Pedro y con prisas tomó camino de su casa.
Manuel, algo más pensativo siguió el suyo. Les gustaba conversar y observar lo que descubrían a su alrededor. La vida no está solo para vivirla, sino para saborearla, verla pasar y tocarla, sentirla, notarla en tu corazón. Experimentaba que su amistad con Pedro se hacía más fuerte, más íntima y más madura. Con cierto regocijo desapareció por el camino.
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