─Puedes, continuó Pedro, discutir lo que quiera y tratar de cambiar el fin de lo naturalmente creado, pero esa es la realidad para la que los creó Dios[1]. Luego, puedes apreciar características en unos y otros que les difieren y les preparan para que cada uno tenga una función diferente dentro de ese núcleo familiar. Los hombres y mujeres nos distinguimos en la forma de sentir, pensar y actuar. Las féminas por naturaleza están dotadas de características maternales que un hombre jamás gozará. El hombre por su parte, puede poner la mente en blanco, mientras que la mujer siempre tiene en su mente multitud de pensamientos, el hombre es como el sol, en el aspecto sexual —nunca se apaga—, en cambio, la mujer es como la luna, cíclica. Como pueden ver, interesantes y controvertidas diferencias para el entendimiento, comprensión y aceptación de nuestro opuesto sexual y la debida conjunción entre lo masculino y lo femenino… (Luz Quiceno es Escritora y Diplomada en BNE).
─Estoy de acuerdo, replicó Manuel, pero, no se trata de mostrar las diferencias, que están a la vista, pues hay cantidad de libros y estudios donde se discuten y se afirman estas diferencias. Lo cierto es que no somos iguales y eso demuestra que juntos formamos un todo que se complementa y se conjuga en una familia. Porque, si somos iguales no haría falta que hubiese necesidad de complementariedad y, los hijos no necesitarían unos padres repetidos. La ternura, los detalles que le faltan a uno, las tiene el otro y así muchas cosas que, los hijos, necesitan aprender de sus padres.
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