No trato de analizar y comparar épocas anteriores con la presente, sino de reflexionar sobre la decadencia de las épocas que, avanzando en técnicas y descubrimientos científicos, que son buenos y hacen la vida más confortable, también la estropean y la destruyen en su esencia más pura y vital. El hombre es el centro y el eje alrededor del que gira el mundo. No es el sol ni la propia naturaleza. Es el hombre, y él, porque así Alguien – llamado Dios, – se lo ha dado, administra y gestiona ese mundo que se llama planeta y en el que vive. Pero, lleva grabado en su corazón la impronta de cómo debe administrarlo y, también, la libertad para hacerlo, según se le ha mandado o, desobedecer, según sus propios proyectos y apetencias, haciéndolo a su manera.
─¿Qué piensas al respecto, ─dijo Pedro?
Pedro y Manuel fueron dos íntimos amigos que estudiaron juntos el bachiller de aquellos años – 1955 – 1967- y solían, a la salida del instituto, dar un paseo antes de ir a casa y, a escondida, fumarse un cigarrillo de esos que compraban en alguna tiendilla - de aceite y vinagre - que les cogía de paso a casa. Ya aspiraban, como todos los jóvenes de aquella época a hacerse mayores y a desear ponerse pantalones bajos que les identificaban como hombres.
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