Nuestro error es querer cambiar a las personas. Tratamos de convertir a la gente y de que cambie de rumbo. Y es que estamos tan ciego o más que ellos. ¿Acaso no espera Dios por nosotros permitiéndonos ser tal y como somos? ¿Acaso no nos aguanta el Señor y nos soporta con paciencia nuestras indiferencias y tonterías? ¿Es qué somos nosotros mejores que los demás?
Nuestra evangelización consiste en amar y amar. Proclamar la Buena Noticia es amar y amar, hasta llegar a que se pregunten los hombres por qué los amas. Para eso hay que entender y dejar muy claro el criterio del amor. No es amar ser bobo, ni permitir todo. Amar es simplemente estar dispuesto a perdonar y a corregir los errores de los que se equivocan y repiten esas equivocaciones. Amar es perdonar una y siete veces, hasta setenta veces siete.
Y cuando resiste esa actitud de amar, injertado en el Señor, pues sólo será inútil, provocarás que el otro, al que amas, se pregunte y se dé cuenta de que algo extraño y diferente ocurre en ti. Porque el mundo no ama así, y se cobra todo lo dado y recibido, incluso los malos tratos y engaños. Tú, y también yo, ama y ama, hasta que el otro se canse. Y es entonces cuando existirá la posibilidad de que responda y se de cuenta. Es esa la experiencia que tenemos con el Señor. Nos ama tanto que nos cansa de tanto amarnos que nos entregamos a su Amor. Porque no soportamos la Cruz en la que se ha dejado clavar por nosotros.
Cuando nuestro amor por los demás alcanza ese nivel, podemos entonces pensar que estamos en el camino verdadero y que estamos empezando a amar como Cristo nos ama.
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