Hemos sido creados para alcanzar la felicidad. Esa felicidad que desde el principio de nuestra vida perseguimos. Los experimentamos incluso en los primeros años cuando los juguetes o cualquier otra cosa la queremos para nosotros solos y nos cuesta compartirla. Y pataleamos por conseguir nuestras apetencias y gustos. Sí, sin lugar a duda, hemos venido a este mundo de la mano del Creador para alcanzar la plena felicidad.
Porque, en este mundo no está ni se encuentra. Desde que nacemos todo lo que se mueve en nuestro entorno nos prepara para el compromiso y el trabajo. Nuestro camino es trabajar responsablemente, y ello exige un compromiso. Un compromiso donde está contenido el amor. Amar es comprometerse responsablemente.
No se trata de gustos ni de apetencias. Están ahí, pero maduradas y llevadas desde el compromiso y la responsabilidad. En eso consiste nuestra vida, trabajo y compromiso, y en la medida que lo vivimos con coherencia y fidelidad, la alegría y la felicidad brota desde nuestro interior. Es entonces cuando las fiestas y las celebraciones tienen sentido y se viven con plenitud y verdadera alegría, porque llenan plenamente sin dejar ningún vacío ni remordimientos de conciencia.
No ocurre así cuando se toma la vida con cierta irresponsabilidad. Una irresponsabilidad soterrada y escondida en medias verdades. Cumplo con esto, pero eludo lo otro. Esto me gusta y lo tolero, pero lo otro choca con mi egoísmo y lo evito. Crezco en la dirección que me dirige mis apetencias, mis intereses y mis egoísmos, pero todo lo demás lo rechazo. Es decir, soy responsable a media.
Pero, a pesar de que nuestras actuaciones sean así, nuestra conciencia nos descubre la única verdad. Y nos delata en nuestro interior. Detrás de esas juergas, esparcimientos, busca de felicidad exterior, adulterada, excitada con toda clase que nos pueda servir, que nos someten a no cumplir con nuestro compromiso, hay siempre un remordimiento de conciencia y un darnos cuenta de que no hemos hecho lo que deberíamos hacer. Sabemos la mierda - perdonen la expresión, pero es la palabra adecuada - que somos y lo infeliz que eso nos deja. Y para olvidar, más de lo mismo, hasta que la situación se pone seria y los efectos hacen su presencia.
La vida es trabajo y compromiso, y eso, aunque nos exige esfuerzo y sacrificio, es donde se esconde esa felicidad que buscamos. En esos, los mayores, nuestros mayores, nos ganan en experiencia y en testimonios. Los que han llegado nos lo transmiten y nos pueden servir de alguna referencia. Porque no hay otro camino ni otro destino. Estamos hechos para amar, y amar es un compromiso.
Amar es dar la vida. Lo saben los esposos que, porque se aman, hacen una donación recíproca de su vida y asumen la responsabilidad de ser padres, aceptando también la abnegación y el sacrificio de su tiempo y de su ser a favor de aquellos que han de cuidar, proteger, educar y formar como personas. Lo saben los misioneros que dan su vida por el Evangelio, con un mismo espíritu cristiano de sacrificio y de abnegación. Y lo saben religiosos, sacerdotes y obispos, lo sabe todo discípulo de Jesús que se compromete con el Salvador (del Comentario: Rev. D. Carles ELÍAS i Cao (Barcelona, España)
Pero eso es un proceso, que necesita tiempo, paciencia y mucho tacto. El árbol da frutos, pero esos frutos no son para él, los regala y de ellos se alimentan otros. Llegar a esa perfección es un camino duro y costoso, y se necesita ayuda, pero sobre todo, la Gracia del Espíritu Santo. Porque, es así como nos ama Dios.
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