Los belenes, fieles a la tradición representan las circunstancias humildes y pobres en las que nació el Niño Dios. Rodeados de pastores, que eran en aquellos tiempos lo más bajo y peor de la sociedad. Excluidos y marginados y considerados lo último socialmente. Incluso bandidos y maleantes.
Jesús, nace, quiere nacer en esas circunstancias. Sin ruidos, pobre y sin privilegios. Nadie lo advierte. Y sus ángeles dan la primera noticia a esos últimos y pobres que nadie estima y que excluyen. Están en las afueras. Al frío y a la intemperie. Bajo la noche y las estrellas y bajo el amparo de Dios. Y Dios se hace Niño y se anuncia a ellos, Lc 2, 8-20.
Mientras, muchos bautizados y creyentes preparamos unas cenas pantagruélicas con sentido festivo y desligada del verdadero significado que representan. Se canta y se baila, pero más con sentido festivo que con sentido religioso. Se pierde la celebración y se pierde su sentido y significado cristiano. Muchos aprovechan lo que es festivo, porque no creen en el sentido religioso.
Prima la comida, los regalos, la fiesta y todo se reduce a eso. No hay esperanza de salvación que nos viene dado gratuitamente por la Gracia de Dios, y para lo que viene su Hijo, nuestro Señor Jesús al mundo. Y es que para sentirse salvado, hay primero que experimentarse amenazado y herido de muerte. Son los enfermos los que necesitan cura, y para eso es para lo que ha venido Jesús.
Pidamos despertar y encontrar el verdadero sentido de lo que significan estas fiestas. Fiestas que proclaman nuestra salvación eterna. No son unas fiestas más, sino una celebración de lo que creemos y esperamos: El gozo y la salvación eternamente.
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