No todo el camino se recorre igual. Hay momento en que el ritmo es alegre, vibrante y entusiasmado. Hay otros momentos en los que se camina firme, con paso decidido y rebosante de fortaleza, sin miedos ni titubeos y todo parece decidido. Sin embargo, no siempre se camina tan seguro, se acaba el día y con la llegada de la noche la oscuridad entorpece el camino y la duda nace y confunde.
Son momentos de incertidumbre, de dificultades, de encrucijadas que no coinciden con nuestros planes o proyectos. Nos cuesta asumirlo y más aceptarlos. Perplejos ante lo que se nos viene encima, dudamos la continuidad del camino y paramos nuestro ritmo de pasos. Miedos y vacilaciones llenan de tropiezos nuestro andar dubitativo y la oscuridad amenaza con detenernos.
¿Qué hacer?, es la pregunta que se nos cuela en nuestra mente. Tiembla el corazón y todo parece dar un giro de trescientas sesenta grados. ¿Dónde estás Padre mío? Tan seguro que iba y confiado en tu presencia. ¿Y mi fortaleza? ¿Dónde se ha ido? Se apoderan de mí dudas y tentaciones, y parece que el mundo me sonríe y se rinde a mis pies. Experimento un deseo de caminar a favor de la corriente y dejarme ir sin resistirme a la lucha contra mis sentimientos y pasiones.
Son los momentos de la cruz y del sentimiento del abandono. Me paro y me agarro al Espíritu Santo, porque sé que está ahí. No se puede haber ido, pues ha venido y está en mí, desde mi bautizo, para fortalecerme, iluminarme y guiarme. En Ti confío Espíritu Santo, Tú me iluminas, hazme dócil a tu Espíritu y guíame por la oscuridad de la noche para que permanezca y esté firme y dispuesto a seguir cuando se haga la luz y el día me devuelva el rumbo, la firmeza, el ritmo perdido y decidido de mis pasos hacia la Casa del Padre.
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