Lo más grande que una persona tiene es la vida. La vida, su vida, es la esencia del amor. Pero, hay muchas clases de vida, y buscar la verdadera es lo más importante que nos ocupa en nuestro camino.
Hay una vida aparente, que se produce cuando estamos en un estado de coma, que nos permite seguir viviendo asistido por medios técnicos que nos ayudan a realizar las funciones necesarias para mantener la vida. Es la llamada vida vegetativa. Vivimos pero no sentimos. Estamos ausentes aunque nuestro corazón late.
Hay otra vida que aún estando dependiente, llegamos a sentir y a disfrutar de los sentidos que nos permiten saborear y paladar los deleites de la vida. Pero no llegamos a más. No alcanzamos a conocer, ni a entender, ni a poder comunicarnos. Estamos a un nivel más que vegetativo, pero permanecemos inmóvil, ausentes, sin participar.
Puede ocurrir que teniendo esa vida e inteligencia para entender y comunicarnos no sepamos relacionarnos ni amarnos. Vivimos en un egoísmo material y carente de toda ternura y afectos que nos inclinan a amar. Permanecemos cerrados en nosotros mismos e insatisfechos porque necesitamos amar y ser amados. Es otro nivel de vida donde podemos estar anclados.
Y hay otro nivel que nos impulsa a descubrirnos como seres amados por el Creador y llamados a, saliendo de nosotros, meternos en el otro para desde ahí amarlo. No amo porque salgo de mí, sino amo porque metido en ti, salgo de mí. Las preocupaciones, sufrimientos y mortificaciones no tienen sentido si no se hacen desde el amor.
Porque te amo y, por eso, me atrevo a salir de mí, quedo olvidado de mí para preocuparme, sentir y sufrir contigo. Ese es el verdadero amor, el que nos enseñó y enseña JESÚS, y el que nos llena plenamente. Ese nivel es la verdadera vida, la que todos debemos buscar.
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