Cuando hacemos el esfuerzo de pararno y, miramos para atrás, no con la intención nostalgica de lamentarnos y quejarnos, sino con la esperanza confiada de analizar los caminos por los que hemos transitado y extraer la experiencia y enseñanza de valorar realmente donde nos encontramos ahora, en ese momento, es cuando tomamos conciencia que tenemos un PADRE DIOS que nos cuida y nos acompaña proponiéndonos siempre el mejor camino para nuestra salvación integral y plena.
Es, entonces, cuando nos sale del corazón darle gracias por todo lo que ha hecho, lo que hace y lo que hará en el transcurrir y acontecer de nuestra vida. Lo verdaderamente importante, por mi propia experiencia, es despertar y descubrir el momento presente. Dónde me encuentro en este momento, y si estoy tomando conciencia de que estoy en su presencia es buena señal de que me he dejado llevar por sus consejos. Porque si algo importa en esta vida es vivir en la presencia del SEÑOR, y descubrir tan preciado tesoro es una bendición del PADRE Celestial.
Nuestro camino podría estar marcado por éxito, por la fama, por las riquezas, por tantas cosas que nos hubiese gustado seguramente, pero que, tarde o temprano, se irán derrumbando y caducando como corresponde a todo lo que pertenece a este mundo. Nada queda y todo perece. ¿De qué entonces me vale tanto anhelo y deseos por alcanzarlo? La moraleja del cuento de la cenicienta tiene gran profundida, porque todo lo de este mundo tiene su hora señalada y, por tantos afanes y anhelos que pongamos, no vale lo suficiente para arriesgar nuestra promesa de eternidad y gozo en plenitud.
Ese es nuestro verdadero e importante tesoro. Vivir eternamente y gozosos en plenitud junto al PADRE DIOS. Y lo es porque realmente eso es lo que arde en nuestro interior, aunque esté en muchos casos dormido, semidespierto y no muy consciente. A poco que reflexionemos, que vivamos una profunda experiencia despertamos y caemos en la cuenta.
Los caminos de DIOS son impensables para el hombre. Tenemos nuestros propios planes; trazamos nuestras propias rutas, pero nos equivocamos, porque nuestro corazón humano no puede ver con ojos desapegados, con limpieza pura ni con amor de renuncia. Y con un corazón así nuestros planes saldrán humanamente imperfectos, limitados, carentes del suficiente amor que nos haga amar por encima de nuestros apegos e intenciones egoístas.
Sólo agarrados y confiados en DIOS podemos encontrar el Camino que nos descubre la auténtica ruta hacia el encuentro con la inefable Gloria de sabernos hijos y coherederos del auténtico Reino donde la eternidad y el gozo será lo que nos espera.
Y eso exige una confianza y un fiarnos hasta el punto de pedir un muro de protección y encontrarnos con una simple arañita que impida atravesar el muro. Jamás se nos hubiese ocurrido proteger la entrada de una cueva con una simple araña, pero sus efectos fueron más fuerte que si de un muro se tratara. Y eso exige creer que lo que le pido me será concedido, pero en la divisa que realmente se cotiza y tiene un valor inefable, porque se trata, no del éxito, sino del verdadero y eterno éxito, y ese sólo lo puede dar nuestro PADRE DIOS.
Es, entonces, cuando nos sale del corazón darle gracias por todo lo que ha hecho, lo que hace y lo que hará en el transcurrir y acontecer de nuestra vida. Lo verdaderamente importante, por mi propia experiencia, es despertar y descubrir el momento presente. Dónde me encuentro en este momento, y si estoy tomando conciencia de que estoy en su presencia es buena señal de que me he dejado llevar por sus consejos. Porque si algo importa en esta vida es vivir en la presencia del SEÑOR, y descubrir tan preciado tesoro es una bendición del PADRE Celestial.
Nuestro camino podría estar marcado por éxito, por la fama, por las riquezas, por tantas cosas que nos hubiese gustado seguramente, pero que, tarde o temprano, se irán derrumbando y caducando como corresponde a todo lo que pertenece a este mundo. Nada queda y todo perece. ¿De qué entonces me vale tanto anhelo y deseos por alcanzarlo? La moraleja del cuento de la cenicienta tiene gran profundida, porque todo lo de este mundo tiene su hora señalada y, por tantos afanes y anhelos que pongamos, no vale lo suficiente para arriesgar nuestra promesa de eternidad y gozo en plenitud.
Ese es nuestro verdadero e importante tesoro. Vivir eternamente y gozosos en plenitud junto al PADRE DIOS. Y lo es porque realmente eso es lo que arde en nuestro interior, aunque esté en muchos casos dormido, semidespierto y no muy consciente. A poco que reflexionemos, que vivamos una profunda experiencia despertamos y caemos en la cuenta.
Los caminos de DIOS son impensables para el hombre. Tenemos nuestros propios planes; trazamos nuestras propias rutas, pero nos equivocamos, porque nuestro corazón humano no puede ver con ojos desapegados, con limpieza pura ni con amor de renuncia. Y con un corazón así nuestros planes saldrán humanamente imperfectos, limitados, carentes del suficiente amor que nos haga amar por encima de nuestros apegos e intenciones egoístas.
Sólo agarrados y confiados en DIOS podemos encontrar el Camino que nos descubre la auténtica ruta hacia el encuentro con la inefable Gloria de sabernos hijos y coherederos del auténtico Reino donde la eternidad y el gozo será lo que nos espera.
Y eso exige una confianza y un fiarnos hasta el punto de pedir un muro de protección y encontrarnos con una simple arañita que impida atravesar el muro. Jamás se nos hubiese ocurrido proteger la entrada de una cueva con una simple araña, pero sus efectos fueron más fuerte que si de un muro se tratara. Y eso exige creer que lo que le pido me será concedido, pero en la divisa que realmente se cotiza y tiene un valor inefable, porque se trata, no del éxito, sino del verdadero y eterno éxito, y ese sólo lo puede dar nuestro PADRE DIOS.
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