Es irreversible pretender que el coche camine sin gasolina. A nadie se le ocurre discutir eso y ni siquiera pensarlo. Igual podríamos decir del respirar, comer, dormir... Hay muchas cosas que son evidentes y si ellas la vida no se puede concebir.
Sin embargo, aunque no sean tan perceptibles, existen otras cosas tan necesarias o más que estas tan sensibles a la vista. Sin un ideal el motor no se pone en marcha. Necesitamos ideales que nos hagan estimular nuestra libertad, y con ella poner en marcha todas nuestras facultades para alcanzar lo deseado. Es entonces cuando entra en juego nuestra voluntad y pone el esfuerzo necesario para lograr el bien apetecido que anhelamos.
Mirándonos desde ahí, observamos que nuestra vida ha recorrido por muchos caminos y vericuetos que empezaron por estimular nuestros movimientos para alcanzar el desarrollo de nuestros músculos. Más tarde nuestros deseos se veían estimulados por los juegos, los entretenimientos, donde aprendíamos a compartir, a disciplinarnos, a aceptar, a desarrollarnos tanto físicamente como espiritualmente.
Llegó el ideal del enamoramiento, de la carrera o profesión, de la familia, del sentirnos responsable, de ser padre, de... Y siempre atraídos por una motivación que nos estimulaba y ponía en marcha nuestra libertad y voluntad para alcanzarla. Sin libertad y voluntad no podíamos realizar nuestros sueños, pero sin estar motivados y estimulados tampoco.
Necesitamos ese estimulo sin el cual permanecemos quietos, vacíos, pasivos, sin ánimo para nada, sin... es la llamada depresión que nos anula y nos paraliza hasta el punto de desear huir y pensar en desaparecer. Y, en la medida que crecemos y vamos cubriendo etapas, observamos lo difícil que cada día se nos hace mantener esos estímulos. Sentimos como si los hubiésemos gastados todos, y que ya no nos queda nada que anhelar.
¡Ya he visto todo! ¿A mí que me van a enseñar estos! Detrás de estas frecuente frases se esconde toda una filosofía gastada en una vida sin ideales. Ya hemos cubierto todas las etapas y, ahora, sólo queda esperar el momento final, resignado y sin esperanzas. Pensando que todo termina ahí y que aquellos hermosos y magníficos ideales que ardían en nuestro joven corazón son ley de vida que todo tenemos que sentir alguna vez, pero nada más.
¡Y qué engañados estamos! Porque todo es al revés de lo que pensamos y hacemos. En la medida que nos acercamos al final y nos hacemos más viejos, estamos más cerca de la meta y de alcanzar el Gran Ideal. Ese que nunca se acabará y que siempre nos mantendrá activo, con el deposito cargado, con nuestra voluntad presta y atenta a poner en juego nuestra libertad.
Para arriesgar en nuevos pasos que nos hacen vibrar y gozar, cada día más hasta alcanzar el gozo y la felicidad, que un día, después de algún tiempo de ver la luz de este mundo, empezamos a vivir, la Vida de la Gracia cuando entró en nosotros el ESPÍRITU SANTO.
Sin embargo, aunque no sean tan perceptibles, existen otras cosas tan necesarias o más que estas tan sensibles a la vista. Sin un ideal el motor no se pone en marcha. Necesitamos ideales que nos hagan estimular nuestra libertad, y con ella poner en marcha todas nuestras facultades para alcanzar lo deseado. Es entonces cuando entra en juego nuestra voluntad y pone el esfuerzo necesario para lograr el bien apetecido que anhelamos.
Mirándonos desde ahí, observamos que nuestra vida ha recorrido por muchos caminos y vericuetos que empezaron por estimular nuestros movimientos para alcanzar el desarrollo de nuestros músculos. Más tarde nuestros deseos se veían estimulados por los juegos, los entretenimientos, donde aprendíamos a compartir, a disciplinarnos, a aceptar, a desarrollarnos tanto físicamente como espiritualmente.
Llegó el ideal del enamoramiento, de la carrera o profesión, de la familia, del sentirnos responsable, de ser padre, de... Y siempre atraídos por una motivación que nos estimulaba y ponía en marcha nuestra libertad y voluntad para alcanzarla. Sin libertad y voluntad no podíamos realizar nuestros sueños, pero sin estar motivados y estimulados tampoco.
Necesitamos ese estimulo sin el cual permanecemos quietos, vacíos, pasivos, sin ánimo para nada, sin... es la llamada depresión que nos anula y nos paraliza hasta el punto de desear huir y pensar en desaparecer. Y, en la medida que crecemos y vamos cubriendo etapas, observamos lo difícil que cada día se nos hace mantener esos estímulos. Sentimos como si los hubiésemos gastados todos, y que ya no nos queda nada que anhelar.
¡Ya he visto todo! ¿A mí que me van a enseñar estos! Detrás de estas frecuente frases se esconde toda una filosofía gastada en una vida sin ideales. Ya hemos cubierto todas las etapas y, ahora, sólo queda esperar el momento final, resignado y sin esperanzas. Pensando que todo termina ahí y que aquellos hermosos y magníficos ideales que ardían en nuestro joven corazón son ley de vida que todo tenemos que sentir alguna vez, pero nada más.
¡Y qué engañados estamos! Porque todo es al revés de lo que pensamos y hacemos. En la medida que nos acercamos al final y nos hacemos más viejos, estamos más cerca de la meta y de alcanzar el Gran Ideal. Ese que nunca se acabará y que siempre nos mantendrá activo, con el deposito cargado, con nuestra voluntad presta y atenta a poner en juego nuestra libertad.
Para arriesgar en nuevos pasos que nos hacen vibrar y gozar, cada día más hasta alcanzar el gozo y la felicidad, que un día, después de algún tiempo de ver la luz de este mundo, empezamos a vivir, la Vida de la Gracia cuando entró en nosotros el ESPÍRITU SANTO.
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