Lo inevitable es el regreso a nuestra propia pobreza. Nos hace falta caer para vernos tal cual somos. Todo se termina: nuestra elegancia, nuestra apuesta apariencia, nuestra juventud..y sobrevienen tiempos de carencias, de sequedad, de enfermedad y sufrimiento. Tenga lo que se tenga la vida es un camino a recorrer y, cuando se llega, sólo se entrega lo que se haya compartido con autentico amor. Hay un pensamiento que refleja muy bien lo que queda al final de nuestra vida: "lo que gané, ya no lo tengo; lo que tengo, lo perdí; sólo me queda lo que dí".
Al final, el joven se encontró con el mismo y viéndose hundido y sin rumbo pensó de nuevo en JESÚS. ¡Que idiota había sido! ¡Que camino inútil y equivocado había tomado! La vida vivida sin sentido nos lleva al caos y la desesperación. La muerte que nos espera nos quita toda esperanza y valor a nuestra propia vida por muy feliz y maravillosa que nos parezca haberla vivido. Sólo vale y queda el presente, y el presente es la muerte que nos espera. Todo lo que no sea esperanza de vencerla es vano e inútil. Absorto en estos pensamientos, el joven que nos ocupa pensó: volveré a caminar por los caminos de JESÚS; es posible que todavía esté esperándome y pueda ponerme a su lado. Y sin más, empezó a buscar y a caminar hacia el encuentro.
La maravilla es que JESÚS siempre está dispuesto y esperando el encuentro. ¡Que sorpresa cuando se dió cuenta que era JESÚS quien había estado esperando que se pusiese a su lado! ¡Su asombro fue enorme y su respuesta empezó a ser más libre y generosa. Había acudido, pensó, por necesidad y por no tener a quien recurrir, y ahora se encuentra que es JESÚS quien le espera y le abre los brazos. No lo entendía después de tanto desatino, olvido e indiferencia. Olvidamos muy pronto lo que JESÚS nos quiere e hizo por nosotros y no nos damos cuenta que el sabe que somos de barro, frágiles, pecadores. Sólo le basta arrancar nuestro arrepentimiento. Y lo curioso es que muchos necesitamos, como el joven de quien hablamos, caer bastante bajo para arrepentirnos. Y ahí no acaba todo, sino que es de recibo que a pesar de estar perdonados y aceptados a la salvación, no por eso estamos eximidos de nuestras culpas y pecados. Debemos pagarlos y asumirlos con nuestro dolor y sufrimiento. El joven, poco a poco, fue dándose cuenta de que se le presentaba un camino duro y tormentoso. Sentía,ahora, paz y serenidad, pero había un desierto largo que recorrer: amargo, oscuro, pesado, seco, frío, triste, sufrido, solo, marginado, abandonado y muchas cosas más. Sin embargo, había una diferencia: "ahora lo iba a recorrer con JESÚS". Trataría de no adelantarse ni atrasarse, siempre a su paso y a su lado. Así todo lo que iba a pasar estaría suavizado por la esperanza que JESÚS nos promete.
Se daba cuenta, seguía reflexionando el joven, que ese camino era la cruz que cada uno, en este caso él, tiene que cargar sobre sus hombros y añadirlas a JESÚS que le acompaña. Él la hará grata y valiosa a los ojos del PADRE para que alcance su misericordia. Sin saber como empezó el camino empujado por una fuerza interior que le motivaba y le fortalecía a continuar con firmeza y decisión. Y entró en la casa y la lucha se hizo rutina, cansancio, desánimo y sufrimiento, pero la esperanza daba sentido, paz, alegría y valor. Y el encuentro Pascual que se espera vence todos los obstáculos por muy difícil y duros que sean. Claro, esto no se entiende desde un mundo como del que venía el joven, pero él había pasado su desierto y lo entendía.
Poco tiempo después, el joven se sorprendió al verse reflejado en lo que JESÚS había dicho, según el Evangelio Lc 15, 11-32, sobre un Padre que tenía dos hijos... su vida era muy similar, pero de momento había una gran diferencia, que en la suya, él no se había quedado fuera sino que había entrado en la casa, invitado por el Padre y en ella estaba viviendo.
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