La vida es algo
así como un camino de minas que va tomando conciencia en la media que
creces te desarrollas. Muchos no llegan
ni a eso, son ya amenazados desde su concepción en el vientre de sus madres.
Otros escapan a esa amenaza y llegan a ver la luz del sol que pronto se rebela
como otro camino, en la medida que creces y te desarrollas, lleno de peligros y
amenazas.
Diríamos que son
las minas de este mundo. Unas minas que en las primeras etapas son salvadas por
las pericias de los padres y madres que se constituyen en tus progenitores y
protectores y, más tardes, tendrás que ser tú quien asuma los riegos de tu
propia vida.
Es evidente que
durante ese tiempo van apareciendo nuevas sensaciones movidas por las pasiones
que empiezan a despertar. Te seducen nuevas inclinaciones que despiertan tus
instintos, emociones y deseos carnales y materiales. Despierta la ambición, el
deseo de poder, la envidia, la fama, el odio y la venganza. Y todo eso hay que
redirigirlo, ordenarlo, educarlo y controlarlo. Son minas en el camino que
amenazan con destruir nuestra vida.
Uno de los
peligros más graves es el no tomar conciencia de ese riegos y de que las minas
están en tu camino. No tomar conciencia te exime de prepararte y de acompañarte
de quien te puede librar de ellas. Recorrer ese camino no solo es muy peligroso
sino imposible. El enemigo al que le interesa que te pierdas puede más que tú y
de ir solo te vencerá.
Es el momento de darte cuenta de tu pequeñez y vulnerabilidad. Necesitas protección, y no una protección cualquiera, sino la única que te puede librar de esas tentaciones y del poder del mal. La única salvación posible está en tu mano. Dependerá de ti de que busques a quien te puede librar. Solo hay uno y ese uno tiene su mano tendida. Solo necesitas darle la tuya.
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