Y
eso, prosiguió el amigo, se me fue revelando con el paso de los años. Claro, de
novios íbamos con frecuencia a misa y comulgábamos. Nos casamos y celebramos el
Sacramento del matrimonio con misa, en la que leímos la Palabra y comulgamos
bajo las dos especies. Quiero decir que, eso que íbamos buscando se nos fue
dando en la medida que también nosotros lo buscábamos y nos abríamos a la
acción del Espíritu Santo.
Las cosas no vienen solas, prosiguió
el amigo. Dios nos las regala, es verdad, pero le gusta que las pidamos y que
nos demos cuenta de que las necesitamos. ¡Si nos ha hecho libres es por y para
algo!, ¿No te parece?
La cosecha depende del trabajo
realizado. No puedes pedir con los brazos cruzados. Eso es de sentido común. Y
la mayoría de los conflictos matrimoniales van en esa línea. No se prepara la
tierra con mimo y trabajo y cuando llega la tormenta todo se viene abajo.
Realmente tenía mucha razón. Tu vida
será lo que tú hayas querido o intentado que sea. Luego, puede salirte de esta
u otra manera, pero siempre te encontrará mejor que si caminas al rumbo o a la
deriva. Aprendí mucho de ese buen amigo.
Y yo, por mi experiencia agrego algo
más, y de una gran importancia, diría que vital. La diferencia entre un
matrimonio civil y sacramental está en que, a las horas de las tempestades, que
llegarán, están solos o mal asesorados. Mientras que los casados por la Iglesia
– Sacramento del Matrimonio – tienen la presencia y el auxilio del Señor Jesús.
Ese Amigo, Jesús, que ustedes dos – marido y mujer – invitan a su proyecto de
amor y vida.
Claro, todo dependerá si la invitación
ha sido seria y firme. Y se le escucha cuando nos interpela y nos habla.
Porque, de no ser así de nada servirá el haberle invitado. Él respeta nuestra
libertad.
—¿Mi experiencia? Se nota
tremendamente, hasta el punto de que, coincido con aquel amigo, Él te sostiene
y te hace la carga más ligera y llevadera. Llegan los momentos de desespero, de
frustraciones, de desesperanzas, de oscuridad y de llegar a pensar que unirse a
esa mujer o a ese hombre ha sido un error.
—¿Y cómo se solucionan esos problemas?
─Preguntó Pedro, que escuchaba atentamente a Manuel.
—Acudiendo al Amigo. No al psicólogo
ni al llamado experto. Es verdad que pueden en un momento concreto ayudar. Y no
descarto que sea necesario y pueda prestar su servicio, pero están lejos de
solucionar el problema.
—¿Por qué? —dijo Pedro, algo
entusiasmado por encontrar esas posibles soluciones a las que apuntaba Manuel.
—Porque, no existen. Los problemas
irán contigo a todas partes. ¡Eres tú el problema!, y mientras no entres dentro
de ti, los descubras y les pongas remedio, te acompañaran a todas partes.
—¿Cómo que soy yo el problema? Dijo Pedro
asombrado y bastante extrañado. ¿Y la otra, no lo tiene? ¿Acaso es perfecta?
—No hay nadie perfecto. Y, precisamente, por eso, los problemas viajan con ellos a todas partes. No se solucionan las cosas con un plácido viaje, emulando la luna de miel. O unas vacaciones donde relajarse y olvidarse del ritmo acelerado de la vida. O traer un nuevo hijo, o muchas más soluciones que se inventan o tratan de añadir como soluciones a los problemas existente.
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