—Por lo tanto —dijo Manuel— la memoria histórica debería ser la que pusiera todas las cosas en claro. Y debería de ser contada por historiadores neutrales, dignos de descubrir la historia tal como fue, sin ninguna inclinación ni favoritismos. ¿No te parece?
—¡Claro! —afirmó Pedro—. Así debería ser y son los ciudadanos los que a la luz de la verdad y la historia saquen sus propias conclusiones. Porque, hay muchas versiones que enturbian la realidad y la hacen más compleja.
—¿Sabes lo que pienso, Pedro? Todo esto es un despropósito continuado por intereses poderosos que buscan otros objetivos y usan la historia como lanza llamas de humo que emborronan, confunden y distorsionan la historia para encausarla hacia sus intereses de globalización y de consumo. Quieren transformar el mundo en verdaderas granjas de producción y consumo donde ellos sean los que administran tanto la producción como organizan y distribuyen el consumo. ¿Te suena eso a algo?
—Sí —respondió Pedro—. Me suena a una rebelión, una rebelión en la Granja.
—Así es, amigo mío —coincidimos en el diagnostico—. Y, por eso, al menos es lo que pienso, la historia se distorsiona y se presenta dentro de una lógica difusa, oscura y engañosa. Se trata de llevar a la gente joven —que no conocen la historia porque no se ha transmitido en y con la verdad— hacia un pensamiento concreto que la deriven hacia la indiferencia, hacia la obediencia y se satisfagan en el consumo.
—Sí, pero siempre habrá gente que piense de otra manera y no se deje influir por esos razonamientos demagógicos y persuasivos.
—Evidentemente —asintió Manuel— pero se encargarán de apartarlos, marginarlos y excluirlos del radio de influencia. Ahí entran los medios —prensa – redes – radio – tv…etc.— y todo queda controlado.
«Es inimaginable que estas cosas estén ocurriendo, pensó Manuel. Orwell y Huxley son verdaderos profetas de su tiempo, porque lo que describen en sus libros son hechos que se están conformando ahora. Y de alguna manera ellos lo han descubierto y denunciado en su momento».
—Pero —¿sabes una cosa, Pedro?— La gente no se da cuenta. La gente vive en otra dimensión y, los que nos damos cuenta no sabemos o no tenemos medios para reaccionar. Ocurre como con la enfermedad. Se gesta, pero no se descubre, o, simplemente se mira para otro lado. Y cuando se declara ya es tarde para retenerla. Se ha apoderado del cuerpo y ya no hay remedio. Esta vida se ha acabado. —Solo queda la esperanza, esa esperanza de la que hemos hablado muy por arriba y de pasada. ¿Te acuerdas?
—¿A qué te refieres? —dijo Pedro.
—A la esperanza de que este mundo no es el importante, sino el camino, el medio, la oportunidad para llegar al otro. Luego, la vida no tiene más valor que la de ser la gran oportunidad para ganar la otra vida, la verdadera y eterna. De alguna manera, los que pertenecen a este mundo pierden el tiempo.
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