Esa es la primera realidad que está ahí y nadie puede eludir ni negar. Quizás, sí, no pensar ni reflexionar ni tomar conciencia de ello. ¿Es el miedo a descubrir nuestra propia realidad? Lo cierto es que eso es lo que hay y existe. Y la otra realidad es que sabemos con certeza que un día tendremos que morir. Lo hemos vivido en nuestras familias y amigos. Nacemos y morimos, dos realidades que se nos descubren a cada momento en nuestras vidas.
Ahora, ¿a dónde nos lleva esa reflexión? Eludirla no nos soluciona nada porque un día se presentará la realidad. Enfrentarnos y prepararnos es la mejor solución, pero, sobre todo, tratar y buscar respuestas que nos den esperanzas y soluciones. Cerrar los ojos es la necedad más grande que podamos cometer, porque la vida es corta y pronto llega su final.
Un punto de partida puede ser escudriñar dentro de mí mismo. ¿Qué deseos palpitan dentro de mí? ¿Deseo la felicidad?; ¿deseo vivir siempre? ¿Por qué fluyen esos deseos dentro de mí? Si existen y permanecen en mi corazón es porque Alguien los ha puesto? Luego, ¿dónde está ese Alguien? ¿Es posible entonces aspirar a la plena felicidad para siempre? ¿Es posible la vida eterna en plenitud de gozo y alegría? Si están dentro de mi, ¿no será porque aspiro a ellas?
El dilema ahora será donde buscarlas y encontrarlas. ¿Hay alguna esperanza de que Alguien me hable de esto? ¿Y si lo hay, ¿por qué no me acerco a escucharle y conocerle? Tú tienes la palabra y la respuesta, pero yo te puedo asegurar que si lo hay y se llama Jesús de Nazaret. Él me promete plenitud de gozo y alegría eternamente.
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