Siempre se ha dicho que viajar es bueno porque se aprende. Se aprende aunque a veces la experiencia parezca negativa. Porque esa es la experiencia, un cúmulo de cosas negativas y positivas que te ayudan a saber discernir lo bueno de lo malo.
No cabe duda que el viajar enseña, pero la verdadera experiencia del viaje es tomar conciencia que sólo desde el salir de uno mismo experimentas la oportunidad de sentirte libre. Y la libertad viene del previo despojo de todo aquello que te ata y te esclaviza.
Despojarte es aliviarte de cargas y desprenderte de cosas, hábitos, costumbres y ambientes. Ni que decir tiene que salir de viaje invita a eso. A despojarte de lo que haces cada día; a dejar tus ambientes y familias; a andar entre gente desconocida y extraña, y hasta comportarte de forma diferente.
Es experimentarte nuevo y hasta cierto punto libre. Sin salir de ti mismo no podrás descubrirte ni encontrarte. Y menos relacionarte con otros que te enriquezcan y te ayuden a crecer en tu propio conocimiento. Viajar es desnudar tu alma y vestirte de otras experiencias que te cuestionan, preguntan y exigen respuestas. Viajar realmente conviene porque te ayuda a mirarte, a comprenderte y a despertar la necesidad de búsqueda trascendente.
Sí, es bueno viajar. Dios invito a viajar a Abraham, a Moisés, a Jacob... y peregrinó con su pueblo Israel por el desierto durante cuarenta años. Y es que sin moverte, si no caminas no podrás nunca encontrar tu llamada y tu felicidad eterna.
Por lo tanto, te invito a viajar, pero a un viaje de desapegos, de actitudes, de experiencias, donde lo verdaderamente importante sea morir a ti para darte al otro. Será siempre el viaje más fascinante de tu vida que durará todo el tiempo que estés en este mundo.
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