Si, sentado en casa, miras la televisión y te dejas llevar por ella, ingresas en un mundo virtual que no tiene nada parecido con el real. La vida que cuenta la tele está hecha para aquellos que tienen salud, dinero, son bien parecidos y gozan de una buena situación económica. Es una vida de príncipes y para príncipes. Nada que ver con la realidad.
El mundo es otra cosa y tiene movimientos que van desde el rosa al amarillo pasando por el negro y el verde. La vida se mueve en parámetros de alegrías, pero también de tristezas. La vida exige esfuerzos, pero también luchas sin treguas. Se hace dura, cansina, aburrida, opaca, incolora, angustiosa, y también verde, color de esperanza, alegre, llena de sentido y hermosa, pero necesita un camino, un camino que hay que saber recorrer y aceptar.
La vida enseña cuando se le mira de frente. Apreciar un buen vaso de agua fresca nos sirve para saber que su valor depende de sus circunstancias. En un lugar donde escasea, se le estima mucho y tiene un valor superior a muchas otras cosas que siendo superfluas son apreciadas más que su propio valor. Experimentar la necesidad de algo que no podemos alcanzar, nos sirve para descubrir su verdadero valor y saber apreciarlo.
La vida es hermosa cuando sabemos apreciar y discernir lo que sucede a nuestro derredor y darle el verdadero sentido y valor que tiene, tanto en los momentos de alegrías como en los de tristezas. Y ese es el secreto para vencer toda las tentaciones que el mundo trata de ofrecernos y vendernos desde sus ventanas. Un mundo que busca relajarnos, distraernos y confundirnos para alejarnos del verdadero camino.
Porque cuando se pierde el amor que habla del auxilio a los que más lo necesitan, estamos dejándonos mecer por las ofertas del mundo, y debemos tener mucho cuidado. Por eso, discernir los mensajes y destellos luminosos que el mundo nos manda esconden el verdadero secreto de la felicidad.
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