Hay muchas personas que, en circunstancias especiales, se les viene el mundo encima. Han puesto todas sus esperanza en bienes materiales, o en amores posesivos, o sometidos al egoísmo de un amor esclavizante y sexual, o en las riquezas o dominados por el vicio...etc., que llegado en su vida un precipicio imposible de superar, se lanzan al vacío en busca de la muerte y finalizar con esa tortura.
Sin embargo, no es esa la salida que todo ser humano desea ni tampoco pretende. Son conducidos ciegamente sin darse cuenta, arrastrados por malos hábitos y ambientes que los envuelven hasta el extremo de no poder salir. Y llega un momento que se desesperan y deciden acabar con el camino. Otros, quizás llegan antes a la locura y, perdida la conciencia de su ser, se excluyen de la vida destruyéndose.
La muerte es el momento más glorioso del ser humano. Es posible que muchos no lo adviertan ni lo descubran, pero realmente es así. Para el creyente en Jesús, el Hijo de Dios, la muerte es la hora en que su vagar por esta vida termina y empieza la importante, la que ha llenado toda su peregrinar y le ha ayudado a superar obstáculos insalvables que de no estar apoyado en esa esperanza les serían imposibles de lograr.
La muerte, para el cristiano, es el pilar que sostiene su fe y su esperanza, porque es la promesa que Jesús le ha hecho: "Quién cree en Mí tiene Vida Eterna". ¿Cómo no vamos, lo que en Ti creemos, Señor, a esperar y recibir la muerte en paz y esperanza alegre? No es el final, sino todo lo contrario, el comienzo.
Desde ahí sí que es la mejor y única salida de este mundo. La que verdaderamente importa y la que vale la pena buscar a cada instante para estar preparado cuando llegue. Danos Señor la sabiduría y la luz de estar siempre alerta y despierto y presto a encontrarla en Ti.
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