Se habla mucho del amor, pero siempre en clave de apetencia o de gusto, y de sentirnos bien, porque el amor es para sentirnos cómodos, a gusto y bien, ¡no? Hasta el punto que cuando nos complica la vida y nos duele, entendemos que eso no es amor. El amor es signo de bienestar y felicidad, y nunca puede ser lo contrario.
Y no estamos equivocados en el significado conceptual y estricto de la palabra, pues uno ama cuando se siente feliz al hacerlo. Lo que ocurre que cuando buscas sentirte bien estás buscándote a ti, y eso se llama egoísmo. Egoísmo que esconde al final vacío e insatisfacción, pues sabes que has antepuesto tu felicidad a la de otro, y eso te hace sentirte mal.
Entonces descubres que amar tiene otro significado más profundo que se relaciona con el dar y darse. Entiendes que la clave del amor está en renunciar a ti para aliviar y satisfacer al otro. Satisfacerlo en la medida que sea feliz y no se sienta excluido ni mal tratado. Esta actitud de desprendimiento y sacrificio se hace dura y molestosa. Complica tu vida, pero, al mismo tiempo, la llena de gozo y de felicidad.
Son las experiencias de las madres respecto a sus hijos. Es la proximidad más cerca del amor entregado de forma desinteresada y gratuita. Es la búsqueda, sin otro interés, por amor en dar bienestar y felicidad al otro. Es la propuesta de Jesús cuando nos habla de amar. En esa clave entenderíamos lo difícil que sería romper el amor. Sólo cuando deja de ser amor, convirtiéndose en egoísmo, existiría esa posibilidad.
El amor se descubre verdadero amor cuando duele y exige soportarnos y perdonarnos, y es en esa medida donde derrama la verdadera felicidad que todos buscamos.
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