—Todo tiene su ventaja, su contrapartida y sus inconvenientes. Sin embargo, hoy —dijo Pedro— me da la impresión de que, aparentando estar mejor y con más opciones de elegir, somos más esclavos y controlados.
—¿En qué sentido? —murmuró Manuel.
—Yo recuerdo que antes te adulaban, te recibían con los brazos abiertos y hasta te ponían una alfombra aterciopelada, por darle más fuerza a lo que quiero decir, cuando abrías una cuenta en un Banco. Te ofrecían un interés por tu dinero, y si lo ponías en una cuenta de ahorro el interés era más elevado. ¡Eras todo un cliente en ese Banco!
—¿Estás de acuerdo?
—Si —asintió Manuel—. Eras alguien importante y tenías un nombre. Quiero decir, hoy no tienes nombre, eres un cliente y un número que, dependiendo de tu cuenta, significas poco.
─Es verdad ─prosiguió Manuel─ antes también el valor y la cuantía de la cuenta tenía su importancia, pero la relación Banco cliente tenía otras connotaciones que hoy se han perdido. Solo tienes que pensar que la tecnología digital casi te hace invisible. Solo tienen importancia los números.
─Antes, en nuestra época activa, aunque todo iba más lento, también eras más libre. No dependíamos de la luz, ni de la máquina. Todo era manual y a pesar de que todo iba más despacio, todo era también más seguro y cercano. Recuerdo —continuó Pedro— que nunca se interrumpía nada y todo funcionaba, ¡con lentitud sí, pero seguro y sin pausa!
─Muchas veces he pensado —Pedro— ¿qué sucedería si hubiese un apagón de luz?
—¡Ya ha sucedido y todo ha quedado paralizado! —exclamó Pedro—. ¿Te imaginas un apagón de horas o días? ¡Y no accidental, sino provocado! ¡Sabotaje! Es decir, ¿no crees que pueda haber amenazas de sabotajes digitales? Eso que denominan hacker y que utilizan para mejorar o bloquear cualquier programa?
—Sí eso es así, nuestro mundo de hoy
es más dependiente e inseguro que cuando nosotros éramos jóvenes. Es decir, por
esa regla de tres, hoy, cuánto más avanzamos y, aparentemente progresamos,
somos más vulnerables y dependientes. Caminamos por el filo de una navaja. Cada
día —prosiguió Manuel— estoy más convencido.
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