Es verdad que la
vida tiene momentos de alegría y felicidad, pero también momentos de tristeza,
dolor y sufrimiento. Queramos o no, no podemos escapar al dolor. Esa es nuestra
lucha pero irremediablemente tendremos que beber del manantial del dolor y
sufrimiento.
Sin embargo,
cuando el sufrimiento tiene sentido se acepta y asume. Lo experimentamos en y
con nuestros hijos. Hay momentos que nos damos, incluso con gozo, al
sufrimiento por el bien de nuestros hijos. Y, desde la fe y por amor, por aquel
hermano que sufre o lo pasa mal. O simplemente cuando la enfermedad nos llega y
nos llena de dolor y sufrimiento. Entonces ese dolor y sufrimiento se acoge con
esperanza, con un gozo contenido escondido en el mismo dolor, pero sabiendo que
no tendrá la última palabra. Una fuerza interior nos fortalece y nos llena de
esperanza y da verdadero sentido a nuestra vida a pesar del sufrimiento.
Es el momento de
abrazar la cruz, esa cruz de dolor y sufrimiento que llena toda nuestra vida de
esperanza y sentido. Se acepta y se lucha desde la esperanza de que, detrás del
dolor, está y viene la dicha y la bienaventuranza del gozo pleno y eterno junto
al Dios Padre.
Sí, aunque no lo deseamos ni lo queremos, cuando viene, y si es por amor y entrega al bien común, sobre todo, de los que sufren y padecen pobreza, injusticia y sufrimiento, ese dolor de acompañar, de sufrir y de experimentar, incluso en nosotros mismos, tiene verdadero sentido y llena toda nuestra vida de esperanza, de paz, de felicidad y de amor.
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