Hoy todo tiende a hacerse más grande. Cada día los monopolios son más fuertes y concentrados. El poder se concentra más en unos cuantos y eso facilita tomar decisiones más rápidas y egocéntricas. El poder te tienta y terminas por creerte dueño y señor de ese campo que dominas. Y cuando dos o más poderosos se reúnen empiezan a pensar que el mundo les pertenece y hasta se atreven a ordenarlo según sus ideas y pensamientos.
—Recuerdas, Pedro, que en nuestro tiempo, cerrar una calle era un dilema para el Ayuntamiento. No se podían hacer muchas cosas que hoy, de una manera ligera y sin más decisión, invierten el sentido del tráfico o cierran una calle y los ciudadanos a soportar. Da la sensación de que cada día eso de que el ciudadano es el soberano representa más una frase que una verdad. Al final solo tiene cierto valor durante la campaña de elecciones y de captar tu voto. Luego, eres un pelele y un esclavo a sus órdenes.
Cada vez quedan menos Bancos pequeños. Los grandes los absorben. Y eso ocurre porque los pequeños tienen que defenderse o desaparecen. Luego, tienen que unirse a uno grande para refugiarse en él. Pero ¿qué ocurre? El pequeño termina por ser engullido por el grande.
—Sucede también lo mismo en el campo de la política ─interrumpió Pedro─. El pequeño desaparece al unirse al dominante. Al final todo se concentra en unos pocos y las minorías bailan al ritmo de los poderosos.
—¿No observas las fusiones que se están realizando entre los Bancos y Cajas? —Apunto Manuel—. Sí, eso parece. Cada vez te das cuenta de que hay menos Bancos y Cajas en la ciudad. Los más grandes y poderosos van absorbiendo a los pequeños y todo el poder se concentra en pocos.
—¿Qué sucede entonces? ─preguntó Pedro— como queriendo que Manuel pusiera la banderilla al toro.
─Pues ─remató Manuel─. Sucede que cada vez estamos más dominados por los Bancos y Cajas. Cuantos menos hayan, menos competencia, ¡y resultado! No tienes donde depositar tu dinero y te ves obligado a entregárselo a ellos. Incluso, te cobran por cuidártelo y por negociar, ¡para sus intereses!, con tu dinero. Es decir, se los prestas y son ellos los que te cobran y negocian con lo tuyo. Y te resignas, porque, te dices, ¿a dónde voy a ir?
—Claro ─continúo Pedro—. ¿No se te ocurrirá guardarlo en tu casa?
—Pues —dijo Manuel— más de uno lo tendrán guardado.
—Supongo que sí, pero, el problema es que hoy todos los servicios, impuestos, seguros, cuotas y demás se domicilian por el Banco, y si no tienes una cuenta te supone estar muy pendiente de pagarlo y de gastar mucho tiempo en ello. Hoy, una simple gestión te consume bastante tiempo.
—Sí, ese es el problema —resolvió Manuel— pero en el futuro se terminará haciéndolo desde casa por Internet.
—Pero —dijo Pedro— eso no resuelve el problema de la cuenta del Banco.
—¡Claro!, el Banco nos tiene en su mano. Termina por tener tu dinero y que tú mismo te auto sirvas. ¡Negocio completo! Y todavía más —siguió Manuel—, te programarán el tiempo y las horas de tus visitas. ¿Te das cuenta a donde vamos, Pedro? ¡Ah, y te obligaran a pedir cita telemática!
A ser sus esclavos y sus fuentes de ingreso. Se puede decir de muchas formas. Somos su servidumbre y además les estaremos agradecidos hasta el extremo de adorarles. ¡Realmente, me asombro de mis mismas palabras!, exclamó Manuel con cara de resignación y temor. Jamás, hasta hoy, había visto la realidad del camino hacia donde nos dirigimos.
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