Se podría montar numerosas películas sobre romances y apetencias que busca el hombre y la mujer y que justifican conceptuándolas con el amor. De alguna manera el enamoramiento se confunde con el amor, y también los sentimientos. Y sobre ellos se montan historias o novelas rosas o románticas. Tanto que hablar de amor es hablar de gustos, apetencias y enamorados.
Y la realidad es otra. Y esto, que puede tomarse con cierta ironía o humor, es muy serio, y sus efectos más todavía. La sociedad sufre tremendamente esta confusión mal interpretada al incidir las consecuencias en la estabilidad de la familia, y en consecuencia, en los hijos y en los pueblos. Porque las familias son la base de los pueblos, que forman las ciudades y los países.
El amor nunca puede reducirse a sentimientos. Si bien es verdad que los sentimientos forman parte de sus componentes, el amor es un compromiso. Porque amar no es cosa de gustos, ni de apetencias, sino de compromisos. Pongamos algún ejemplo. Nos gustaría una hermosa tarta de chocolate, o un helado de nata y frutas, pero nuestra glucosa no lo permite y, aun apeteciéndonos, lo tendremos que rechazar. Porque nuestra salud estaría amenazada y tenemos el compromiso y responsabilidad de protegerla y salvarla. Igual podría ocurrir con el tabaco, café, dietas... o muchas otras cosas.
La pasión y el deseo es un impulso que nos cuesta controlar, pero eso no es amor. Nos gusta, porque todos sentimos esos deseos, como lo antes citados, pero eso no es amor. El amor es todo lo contrario. Nace cuando despierta tu responsabilidad y tu compromiso por hacer el bien. Claro, que hablando del amor referido a las personas, ese compromiso está impulsado por sentimientos, afectos y gustos, pero no son los componentes fundamentales del amor. ¿Por qué?
Porque esos sentimientos, afectos y pasiones cambian. Evolucionan con la edad, con las circunstancias y los estados. Y cuando llegan esas situaciones se hace difícil mantenerlos. Y es precisamente el amor, entendido como compromiso responsable, quien los mantiene. Por eso, el amor nunca acaba. Acaban los sentimientos, los afectos o la pasión, pero nunca el amor.
El amor siempre está vivo, porque se apoya en un compromiso de fidelidad y estabilidad. Un equilibrio que garantiza la libertad y la voluntad. Somos libres no para hacer lo que nos dé la gana, sino para cumplir con nuestras obligaciones, deberes y compromisos adquiridos libres y voluntarios. Si no, de qué libertad y voluntad hablamos. ¿De hacer lo que sentimos, nos gusta y apetece? Eso lo hacen los animales que ya están determinados y sometidos a sus instintos. Nosotros, los hombres somos libres, y en consecuencia debemos actuar responsablemente.
El amor es un compromiso que garantiza la unidad y la estabilidad familiar. Y con ella, a los pueblos, que conviven en armonía y paz. No cabe duda que la vida iría mucho mejor si realmente se ama.
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